Salvar la democracia

29/08/2016 - 21:21 Jesús Fernández

Esto no es grito de socorro, no es un arrebato, pero si un llamamiento de atención sobre los peligros que soportan o acechan hoy a las democracias del mundo.

Esto no es grito de socorro, no es un arrebato pero sí es un llamamiento de atención sobre los peligros que soporta o acechan hoy  a la democracia en el mundo. Los signos visibles  no son alentadores. Hay que seguir diciendo que la democracia está en peligro, viviendo al borde del abismo. Algunos se sonríen. No hay que derivar las culpas al fracaso de las organizaciones o de los sistemas. No vayamos muy lejos. La causa del desprestigio de la democracia está en nosotros mismos, concretamente, en nuestro individualismo y egoísmo que se traduce en agresión y violencia. La democracia está amenazada
    Siguiendo el cauce o el trazado antropológico de dichas causas, las encontramos en el odio de clases, en el resentimiento social, en el enfrentamiento cultural, en la venganza histórica, en la envidia por el estilo de vida, en el abandono o en la exclusión de las personas por sectores. Son enemigos más silenciosos, lobos ocultos, pero igual de peligrosos en la selva que es la ciudad sin ley, la convivencia sin valores, las relaciones sin dignidad y respeto. Y, sin embargo, algunos autores registran una mayor conciencia de democracia en el mundo.
    Parece cierto que la democracia  no viene sólo de la mano del progreso. Aquellos que trajeron el bienestar cuántico a Europa y a Occidente tienen que traer también la democracia cualitativa de los valores. No pueden desentenderse de  continuar esta tarea. No puede haber una democracia arrepentida y que su recorrido  sea un tiempo perdido, inútil o provisional ¿Significa esto que la democracia sirve sólo para tiempos de gloria o que pertenece sólo a los triunfadores?  En la derrota  de la democracia perdemos todos.
    Hay que profundizar en la democracia de los principios que, en este caso, equivale a los principios de la democracia. No podemos seguir engañando al pueblo haciéndole creer que  él es el origen de nuestras preocupaciones y el fin de nuestros esfuerzos y sacrificios. La percepción es muy distinta y estamos llegando a la conclusión de que la pomposamente llamada soberanía o participación popular, se está utilizando como instrumento de poder y de ambiciones. En otras palabras, la democracia se ha convertido en un sistema de riego para amigos y clientes, en una noria de beneficios y en una red de influencias recíprocas. Quien no se apunte o se enchufe al sistema de intereses termina devorado por él o expulsado del éxito y arrojado a la cuneta del olvido. Si el devenir de la democracia sigue vinculada o condicionada a la satisfacción  de las necesidades materiales, nunca será  principio de convivencia pues se busca en unos  gobernantes los beneficios que no le dan otros. Son sistemas de intercambio de intereses porque a nadie le interesan ya el sistema de  beneficios  de ideas o principios. Con ellos muere la democracia moderna y la del futuro.