Ser Cristiano

19/01/2018 - 20:17 Javier Sanz

Esta semana se nos aparecía un Cristiano exigiendo un salario como el que más, de lo contrario dejaría la viña con la que se contrató.

Mi paisano Jesús de las Heras, al fondo a la izquierda, lo diga con otras palabras y desde otros ángulos pues los muchos años pilotando desde la torre de control que es el púlpito le proporcionan otros matices, como también los previos estudios seminariales que le facultaron para ello. Pero no sin tino viene desglosando, más al cabo de las músicas de la calle que de las celestiales, las cualidades del buen cristiano de ahora, del siglo XXI, que parece que comenzó ayer pero ya le hemos soplado dieciocho velas, una mayoría de edad, vamos.
    Y alguna vez le he oído que ser cristiano hoy es vivir con austeridad, sin derroche y sin ostentación, y repartiendo solidaridad con el prójimo a una mano, sin que la otra conozca la benemérita acción. Que no adoréis a nadie más que a Él, y que el becerro de oro no era más que eso, oro y encima becerro –insulto muy de Castilla para el personaje poco fino-. Que si te ajustaste por un denario con el propietario de la viña (Mateo 20, 1-16) no vengas ahora exigiendo más que aquellos que lo hicieron por igual cantidad en su momento, pues el amo te hizo la oferta y la aceptaste. Y que no escandalices a tu vecino con comportamientos o proclamas indecentes, entre otras cosas porque ni está ni queda bien. O sea, que el evangelio, aparte de otros alimentos, te proporciona también el de la elegancia, que nunca viene mal.
    Esta semana, y no en la sección de “Religión” sino en “Deportes”, se nos aparecía un Cristiano exigiendo un salario como el que más, cuarenta millones de euros por temporada, de lo contrario dejaría la viña con la que se contrató con un apretón de manos –y un equipo jurídico de muchos quilates, de los que operan en la puerta del templo de Jerusalén-. Lo malo de esta pataleta, tan a destiempo, es que la gritaba el protagonista, con de la visera del revés, cuando unos chavales vestidos de amarillo regresaban felices el sábado por la noche a la ciudad de la cerámica, Villarreal, escuchando en el autobús la wagneriana ópera “El ocaso de los dioses”. Y el pavo, con el acrónimo CR7 marcado en el lomo de su avión privado y en la fachada de sus hoteles, sin enterarse de la que está cayendo. A buenas horas, mangas verdes.