Ser y sentirse útil
Yendo de turismo por los Pirineos me “topé” con una conferencia, de esas que suelen organizar los veraneantes, muy interesante y heterogénea, pues entre los asistentes había gente muy participativa y de distintas profesiones y procedencias.
Yendo de turismo por los Pirineos me “topé” con una conferencia, de esas que suelen organizar los veraneantes, muy interesante y heterogénea, pues entre los asistentes había gente muy participativa y de distintas profesiones y procedencias.
Me llamó la atención una de las frases que pronunció el conferenciante con la que nos vino a decir que una buena manera de pasar a sentirse útil cuando uno se sienta inútil es prestar frecuentes servicios, aunque sean pequeños, a los demás; es decir, olvidarse de uno para pensar en los demás.
Entonces, uno de los asistentes dijo que le chocaba esta afirmación, porque, con frecuencia, él había oído decir, a personas que estaban a punto de jubilarse, casi lo contrario: “Yo he estado siempre pendiente de los demás, pero, a partir de ahora, sólo me ocuparé de mí mismo”. Y, tras un corto silencio, terció un tercer asistente diciendo que él estaba más de acuerdo con lo dicho por el profesor porque, a su modo de ver, si uno piensa demasiado en sí mismo, lo normal es que se acabe viendo enfermedades y limitaciones propias, más ficticias que reales, producto de la imaginación.
Otro de los presentes añadió que, actualmente, hay muchas y variadas formas para ser y sentirse útil; en muchos casos, para ser y sentirse más útil incluso que cuando se desempeñaba el trabajo profesional: atención a los nietos, transmisión de experiencias, trabajos en ONG (Cáritas, Banco de Alimentos,…), etc., etc. Pero,... ¿y cuándo alguien está tan limitado que no puede hacer casi nada de lo anterior?, preguntó una señora; a lo que otra le respondió que el solo hecho de llevar con garbo las propias limitaciones ya supone una muy buena forma de ser útil (el ejemplo).
Finalmente, alguien añadió que, además, si se es creyente, se descubre el valor que tienen estas limitaciones a los ojos de Dios. Al terminar la conferencia, algunos se acercaron a este último interviniente para que les aclarase algo más su frase, y contestó, entre otras cosas, que a él le estaba viniendo muy bien el ofrecer todas sus limitaciones a Dios por la paz mundial, la unidad de España, los enfermos, etc., y como reparación por sus propios pecados, pues, aunque no sea, dijo, muy consciente de tener muchos de comisión, cuando pienso en los de omisión, en lo bueno que podría haber hecho y no he hecho, si no fuese porque confío en la misericordia de Dios, me echaría a temblar. Yo, al oír esto, me acordé de lo que suele decir mucha gente que aparece en la tele: “yo no me arrepiento de nada”. ¡Qué contraste!
Y, como a mí me están sirviendo estas reflexiones, me ha parecido conveniente compartirlas, por si también sirven a otros.