Siglos y siglos de Navidad
Desde hace más de dos mil años, los hombres se han reunido, como haremos este lunes casi todos, para festejar familiarmente una fecha que siempre ha tenido un sentido, sobre todo religioso.
Otra vez ante la Navidad, ante la Nochebuena que le sirve de pórtico. Sabemos que en muchas familias esta conmemoración del nacimiento del Niño-Dios no es precisamente una noche buena, porque, como casi siempre las reuniones familiares pivotan sobre el recuerdo y la memoración y nunca falta alguien a quién evocar. Y, en muchos casos, esa persona era precisamente el eje, el núcleo, el centro, el corazón de las reuniones familiares. Somos conscientes, de que no sólo la gloria, como recuerda Kenpis, sino la vida, pasan fugazmente, aunque en realidad más bien somos nosotros los que pasamos por el tiempo, que es eterno y, como las dimensiones del Universo, no tiene límites. Pero nosotros somos finitos y tan insignificantes que el Libro de Job lo definió perfectamente: nuestros días sobre la tierra son como una sombra. O como un parpadeo de la Eternidad. No me extraña la tristeza de aquel niño del cuento navideño de Alarcón que de repente comprendió la realidad del famoso villancico que su abuela cantaba alegremente entre el regocijo general en el belén familiar: “la Nochebuena se viene, la Nochebuena se va, y nosotros nos iremos y no volveremos más”. Ese verso final, que todos coreaban divertidos, a él, que hoy estaría haciendo segundo o tercero de la ESO, le hizo ver de repente la incongruencia de que fuera motivo de regocijo eso de que todos nos iremos y no volveremos más. Y aunque los escenarios sean hoy distintos, y ya no nos reunamos en torno a los ascuarriles rurales, ni siempre sea posible congregar patriarcalmente a toda la familia, nosotros podemos pensar, como el niño del cuento, en tantas generaciones de nuestros ancestros que cantaron los mismos villancicos y conmemoran en la noche prenavideña,, el nacimiento del Redentor. Vivieron y pasaron, “como la verdura de las eras”, al decir de Jorge Manrique. Desde hace más de dos mil años, los hombres se han reunido, como haremos este lunes casi todos, para festejar familiarmente una fecha que siempre ha tenido un sentido, sobre todo religioso, pero también íntimamente hogareño. Por eso esa noche debe de ser de alegría y no de nostálgicas tristezas. Aunque no podremos evitar, en el contento de la convivencia familiar, el pálpito de que la ausente todavía está, aún sin verla, entre nosotros. En realidad, pensamos que nadie muere si sigue viviendo en los corazones que deja detrás.