Sigüenza la bella
En esta calle Mayor no se sabe si es más bonita la subida al castillo o la bajada a la plaza del Ayuntamiento, sin perder de vista la vítrea belleza del enorme rosetón, la entrada neoclásica y la torre del Gallo.
Cada día abro mi balcón a la catedral y a las campanas y se presenta ante mis ojos el imponente panorama de sus torres. Hoy las miro en tonos pastel muy del pintor Santacruz, que las tenía enfrente y las pintaba según le pedía el cuerpo: rosas, naranjas, rojas y verdes, colores rotos por el blanco vuelo de las palomas y el negro apresurado de la sotana de los canónigos, que cruzaban el gran patio corriendo, acuciados por el campanillo llamando a misa mayor. En esta composición que hoy me apetece contemplar desde mi balcón, Francisco Santacruz pone los colores, Don Galo su voz más profunda y Dios el sol radiante sobre una bóveda satinada.
Al caer la tarde subimos por la calle Mayor que serpentea hasta el castillo, esa casa que fue de obispos y reyes y ahora es el Parador, y nos sentamos a respirar, tomar un refresco y disfrutar el paisaje desde la altura, ya anocheciendo, la mancha oscura del pinar, el olor de la resina y las primeras estrellas.
Pero en esta calle Mayor no se sabe si es más bonita la subida al castillo o la bajada a la plaza del Ayuntamiento, sin perder de vista la vítrea belleza del enorme rosetón, la entrada neoclásica y la torre del Gallo. A esta hora, el cielo ha cambiado el tono porcelana del anochecer por un azul profundo y estrellado, quizá con media luna, un cielo mendocino, la luz de la catedral está encendida y el reloj da las doce, como en un hogar habitado: Dios está cenando.
Llegando a las ocho esquinas, Sopeña, guía diurno y nocturno, explica a sus clientes el itinerario con esa soltura de los que se saben excelentes en lo suyo. Ameno y divertido conoce Sigüenza de arriba abajo y, rápidamente se hace con el grupo. Para Sopeña Sigüenza es tan misteriosa que ha inventado una gira nocturna con fantasmas.
La Oficina de Turismo cuenta con un equipo de expertos: Marga, Miriam, Sara, Belén, Helena, Víctor y Mª Paz enseñan la Sigüenza Medieval y el Museo. Esta bellísima ciudad no tiene secretos para nuestros guías y cada uno tiene su forma personal de enseñarla y de colorearla.
Hace unos años María Antonia Velasco, escribió un hermoso poema para su pueblo, que es Sigüenza, donde cuenta la gran batalla de su reconquista, y acaba así: “Después de la matanza tuvo Sigüenza templos y lectores de piedra, tuvo reloj y alamedas y monjas y campanas. Su paisaje recóndito oculta aquel secreto y, al doblar de la esquina, nos asalta ese cárdeno y rosa funeral en silencio”.
Sigüenza tiene luz propia, pero ha sido retratada por muchos pintores y cada uno le dio su color; y por muchos escritores que han descrito una ciudad diferente y mágica. Yo abro el balcón y elijo a la carta, hoy ha sido Santacruz, mañana Fermín Santos con palabras de M.A. Velasco. Y el domingo estoy pensando en ver Sigüenza con los brillantes colores de Galiano.