Silvino, el ángel periodista

25/12/2016 - 12:03 Francisco Vaquerizo

Era un angelote, veterano, con varios siglos encima y rubio como las mieles de la Alcarria.

Se llamaba Silvino, era un periodista celeste y soñaba con el gran reportaje que lo consagrara en el mundo de la información. Algunos compañeros le llaman Noticias porque, en cierta ocasión, había comentado que el periodismo era un reinado bajo el terror de la noticia. Que los ángeles también tienen una guasa de mucho voltaje. Pensaba el tal Silvino armar una revolución en la cosa de las mediáticas celestiales. Por ejemplo, crear un Instantáneo a doce columnas – allí llamaban así a los periódicos – y subrayar los titulares con nubes blancas.
    “Era un angelote, veterano, con varios siglos encima y rubio como las mieles de la Alcarria. Cada amanecer se peinaba  las alas con las puntas de las estrellas. Si hacía viento, jugaba a los cometas con ángeles más jóvenes. Durante los descansos, les contaba historias sorprendentes. Historias antiguas que ni él mismo había llegado a presenciar. Era una necesidad en él contar y contar.
    - Nosotros, los periodistas, nos pasamos la eternidad escrutando los signos y señales para dar a conocer lo sucedido, lo que está sucediendo y, a ser posible, lo que pueda suceder más adelante. Una manía, si queréis verlo así. Aunque, a mi parecer, es una vocación. Y una vocación muy de acuerdo con nuestra condición angélica.
    - ¿Y sabes si últimamente han ocurrido cosas que merezca la pena conocer?  ¿O que vana a ocurrir pronto? – le preguntó un asiduo a sus reuniones.
    - Estoy pendiente de asuntos importantes para los terrícolas – continuó Silvino – pero no me gusta avanzar imaginaciones. Los hechos hay que contrastarlos ante de lanzarlos al espacio galáctico. Ando detrás de unos señores que hay en la Tierra vaticinado misteriosos eventos que, según ellos, dará un giro de ciento ochenta grados a la historia de dicho planeta.
    - ¿La gente los cree? – insistió otro espíritu angelical.
    - Y tiene miedo porque no acaban de saber el alcance de tanto misterio. Los tales señores se atribuyen el sobrenombre de profetas. Gritan mucho. Parecen enfadados. Amargados, incluso. Como si realizasen una tarea que no les convence en absoluto. Algunos tienen una catadura de cuidado. Unas barbas y un pelaje que no barruntan nada bueno. ¡Y qué mirada!
    - ¿Quién les obliga a meterse en semejantes laberintos?
    - Dios – afirmó el angelical periodista. Es lo único que está confirmado. Yo opino que intentan hacer que la gente cambie de vida y se disponga a iniciar una nueva etapa. El miedo, dicen por allá, siempre guarda la viña. Sería mejor por las buenas pero Dios sabrá por qué ha elegido que sea por las malas.
    Silvino observaba el gesto de sus oyentes. Probablemente les tenía sin cuidado lo que aconteciera en un puntito tan insignificante del universo. Lo que acaparaba su atención era el modo de contar las cosas, que se gastaba el compañero. Les placía escuchar el arte que derrochaba, contara lo que contara. Les hablaba de que era complicado esto del periodismo. Muy complicado. Competencia total. Siempre hay que adelantarse . Y en la Tierra, vaya que vaya, porque en el cielo es aún peor porque todo va al instante.
    Nuestro ángel no había pasado por escuela ninguna. Ni falta que le hacía. Él, a su bola y a su vuelo. Simplemente se enteraba de los hechos y los contaba. Porque si tienes gracia para una cosa, tienes gracia. A él le venía de nacimiento. Lo que le divertía mayormente era dirigirse a los ángeles de las últimas generaciones. Sabían cosas pero carecían de la madurez suficiente para asimilarlas.
    - Vosotros no vivisteis lo del Paraíso terrenal pero fue sonado. El primer golpe de efecto que los terrícolas ofrecieron a la contemplación de las esferas. Cómo sería la cosa, que intervino Dios directamente. Muy enfadado, por cierto. Tomando medidas extremas que chocaron bastante. Una enorme desgracia para los humanos. Supuso una ruptura con el Creador y, como consecuencia, el dolor, la soledad, la muerte.
    Un ángel levantó el ala izquierda y preguntó  si se conocía el motivo de tan desastroso acontecimiento. Porque, si Dios se había puesto como se había puesto, por alguna razón sería. ¿Qué hicieron los terrícolas para merecer tal castigo?
    - Hicieron, claro que hicieron – respondió. Desobedecer a su Creador. Eso hicieron. Una metedura de pata que nunca sería superada. Con unas consecuencias terribles, terribles, terribles.
    El angélico periodista no quiso añadir más al respecto. Porque sospechaba que, detrás de aquello, había algo escondido. Se sabía de un pueblo elegido para mantener la esperanza de un Salvador. Por eso le daba que en lo del Paraíso había gato encerrado. Reuniendo datos y analizándolos rigurosamente, se deducían cosas. Se sacaban conclusiones aventuradas pero posibles, dado el desarrollo de ciertos aconteceres en el planeta Tierra. Silvino no se atrevía a afirmar nada. Por más que le preguntaban que dijese lo que, a su juicio, podía ocurrir, no soltaba prenda. Como es de rigor en el oficio periodístico. Cuando sus oyentes se ponían pesados, los mandaba a jugar al corro por los anillos de Saturno.
……..
La tragedia de Silvino ocurrió una mañana de invierno en la Tierra. Estaba dormido como un tronco cuando lo despertó un compañero que lo había echado de menos. Que no se explicaba su ausencia en Belén en una noche tan divina, tan luminosa y tan sonora. Nunca se había visto en la Tierra semejante movida de ángeles, arcángeles, dominaciones, potestades…
    - ¡Silvino! ¡Silvino! – le gritó.
    - ¿Qué pasa?
    - Lo más grande de lo más grande.
    - Pero,¿qué? – insistió el durmiente.
    - El Hijo de Dios se ha hecho hombre y ha nacido en una aldea que se llama Belén – contó el compañero.
    - ¿Cómo te has enterado?
    - Vengo de allí – explicó. Desde la media noche para acá, un espectáculo que no se puede describir con palabras. Algo único. Lo que se celebraba merecía la pena.
    - Ahora veo que mis imaginaciones iban por buen camino. Me alegro inmensamente de este divino Nacimiento. Me alegro de verdad, como no podía ser menos, pero me da rabia no haber tomado parte en la celestial celebración.
    - No me podía imaginar que, con tanto jaleo, tanta música, tanto aleluya, tanto revuelo y tanto todo, siguieses dormido. Al final me extrañó no verte ante el Niño y empecé a pensar que te habría surgido algún impedimento. Por eso he venido a buscarte. Si te apetece, bajamos a echar un vistazo y te haces ida exacta del evento.
    ¡Pobre Silvino! A medida que le informaban, sentía más vergüenza. Todos allí menos él, que soñaba llegar a ser el mejor periodista de los universos. Imposible recobrar el prestigio después de esto. Siempre le echarían en cara este fracaso informativo. Para colmo de males, un ángel que apenas tendría un par de siglos, pequeñazo y bromista, le comentó con la más candorosa inocencia:
    - La noche ha sido fabulosa. Para enmarcarla en rojo. Una pasada, Silvino. Íbamos de un sitio para otro cantando, como locos, aleluyas y hosannas y gloriainexcensisdeos. Ante el Divino Infante montamos una que la noche se venía abajo. El Niño sonreía. Los padres, qué te voy a contar. Los pastores y algunos vecinos que se levantaron a ver lo que ocurría, felices y contentos.
        Cuando se dio cuenta de que Silvino estaba llorando, le propuso dar una vuelta por la Quinta Galaxia.
……..
Silvino bajó muchas noches a ver qué era del Niño y a hacerle compañía mientras descansaban sus padres. Fue cogiendo confianza y, en cierta ocasión, se atrevió a darle un beso. El divino Infante le guiñó un ojillo. El pobre ángel se asustó un poco porque no supo interpretar el gesto. Al mismo tiempo, se emocionó pensando que pudiera indicar algo importante para él. Inconscientemente movió las alas, preguntándole qué significaba aquel guiño. Por respuesta recibió una sonrisa.
    A partir de entonces, nuestro ángel besaba a Jesús antes de abandonar la Cueva. De pronto, una noche, en lugar de guiñarle un ojo, le hizo un gesto con las manitas. Entendió que quería hablarle. Se acercó a la cuna y escuchó cómo le decía al oído:           

                  - Sé que no viniste la noche de mi Nacimiento porque estabas cansado y no te despertaste. Sé que te ha dolido mucho. que te has sentido avergonzado y que no te acabas de perdonar a ti mismo. Pues mira, te voy a decir algo que no conoce nadie. Una exclusiva de resonancias cósmicas. Y cálmate, Silvino, que te veo nervioso. No te hago ningún reproche sino que premio tu interés y tu amor. Quiero que recuperes tu prestigio profesional siendo el primero en conocer que voy a morir crucificado.
    El pobre ángel dio una sacudida e hizo ademán de retirarse. El Niño le tendió una manita para que siguiese inclinado sobre la cuna.
    - Me crucificarán en Jerusalén. Mis propias gentes. Es doloroso pero no quiere que sufras por ello.  Así redimiré a la humanidad de todas sus culpas y pecados. Cuando llegue el momento, te pondré al corriente de todo.
……..
Silvino no reveló a nadie su secreto. No fue capaz de causar  sus hermanos ángeles tanta tristeza. Renunció a sus ambiciones profesionales y decidió ser uno más entre aquellas aladas criaturas. Dedicarse a lo habitual de su angélica condición y dejarse de Instantáneos y de reportajes. Que, pensándolo bien, maldita la falta que hacían. Cuando llegase el día de la Cruz, se limitaría a llorar con las buenas gentes de Jerusalén. A acompañar en el dolor a la familia. Y a vivir en duelo tres jornadas velando el sepulcro.
    Volvió a ser un sencillo angelote, que jugaba al corro por los anillos de Saturno, que paseaba los últimos espacios de la Quinta Galaxia, que jugaba al escondite por entre los cometas y que se peinaba las alas con las puntas de las estrellas.