Un día entre gigantes

17/02/2012 - 00:00 Valeriano Tabernero


 Serían pasadas las diez de la mañana cuando avistamos el pueblo, procedentes de Guadalajara vía humanes-Tamajón, dos pueblecitos, más, ya siguiendo la pista a jara y cantueso, en flor del Señor y finalmente Valverde de los arroyos , que como todos los años por esas fechas, estrenado verano, celebra sus tradicionales fiestas de la Octava del Corpus. Recostado en la solana, sobre la amplía falda de una esbelta montaña que impresiona y que a uno se le antoja la novia del Ocejón, situados uno junto al otro dándose la mano ahí arriba en la chorrera de donde parte el arroyo más importante que riega esta tierra, que fueron los primeros danzantes que un día se detuvieron aquí, y a la que el gigante, por su posición a la esbelta, sigue enviándola guiños cada puesta de sol en el invierno de todos los tiempos.


  Después de breve parada en el merendero, que se encuentra a la entrada remontamos sin detenernos aparcando en el lindo de su popular pradera, echamos pie a tierra, volviendo sobre nuestros pasos calle abajo, en busca del centro que a poco dejamos atrás, de la gente y porqué no, de la bulla saca que unido al de las campanas aquí suena a música celestial, sin darnos cuenta nos encontramos en la plaza que tiene forma de ‘Y’ invertida y a la que nos cuesta acceder porque el gentío la llena, su mayoría jóvenes llegados pronto de lejos, jinetes en sus caballos de hierro y ahora lo hacen sentados en el suelo.


  En ella a la vista por estar en su centro, tres cosas importantes: su juego de bolos activo en esos días; la fuente que mana abundante y, como no, la iglesia en cuyo reloj a punto de dar las 12, el vivo repicar de campana de la misa que está a punto de comenzar. En la anterior ocasión asistimos a ella y no por casualidad sentados en un banco, en el que tuve la sensación de estar sobre un trono compartido pero firme. El párroco que la oficiaba para nada habría desentonado en un equipo de baloncesto por su estatura, rondaría los dos metros. Los ayudantes, compañeros a su lado, descendieron en la ocasión a nivel de monaguillos.


  A su término, procesión con el Señor custodiado a la pradera donde permanece expuesto, durante la demostración que se hace de unas danzas ancestrales transmitidas desde tiempo inmemorial a cargo de sus danzantes varones hijos del pueblo, herederos sucesivos de sus antepasados. Volviendo de nuevo a la plaza, las jóvenes doncellas hacían otro baile, éste más conocido, se identifica como el cordón del primer día, que finaliza con la subasta de tandas de generosas rosquillas y aquí pongo fin a este día entre gigantes sin terminar pero pasado ampliamente de espacio. Pido disculpas. Gracias.