
Una democracia blanda
30/09/2014 - 23:00
Siguiendo la estructura fundamental de la economía capitalista (producción, distribución y consumo) la democracia actual, sustentada en los partidos, adopta esquemas de mercado en vez de procesos de comunicación entre ellos y los ciudadanos. Esa es la conducta de los partidos en relación con la sociedad a la que quieren servir. La oferta democrática sigue los cauces del mercado caracterizado por la oferta y la demanda. Las formaciones políticas crean sus opciones ideológicas, sus propuestas estratégicas, sus programas sociales y sus equipos humanos que ponen a disposición de los ciudadanos para que sean elegidas por ellos con el fin de gobernar una comunidad. El ciudadano como consumidor de democracia se ve abocado a elegir entre unas determinadas y contadas variaciones del mensaje social elaborado al margen de ellos. Los electores, como los consumidores, quedan al margen y fuera del proceso de elaboración y configuración de la democracia. Esta perspectiva va cambiando y la distancia o rigidez que separa a las organizaciones políticas de la sociedad civil tiene que convertirse en información y comunicación. ¿La democracia está muriendo o está naciendo? Los partidos políticos pueden convertirse en hermosos mausoleos de la libertad en vez de espléndidas catedrales de la participación. La tan proclamada soberanía teórica del pueblo tiene que resaltar e influir mucho más en la organización de las comunicaciones e intercambio entre ambas partes que es la esencia de la democracia. Como resultado de todo esto, teniendo en cuenta la analogía anterior, aparecen en el horizonte de nuestra democracia nuevas formaciones políticas que se ofrecen al ciudadano como marcas blancas del mercado democrático sin importarles la calidad o excelencia de las ideas o valores profesados.
Los llamados partidos clásicos (democracia cristiana, socialdemócratas, marxistas y leninistas) nacidos en la Europa del siglo XX al calor de otras circunstancias históricas y culturales, representan, en el mercado de la política, las marcas de prestigio, de fiabilidad, de contraste y de calidad o coherencia de sus ideales o propuestas. Esto significa elaborar planes a largo plazo en política y muchos recursos dedicados a su mantenimiento y eficacia. Por el contrario, las formaciones políticas (que llamamos aquí de marcas blancas) no piensan tanto en los grandes principios o ideales globalizadores o universales sino en el corto plazo de las necesidades o exigencias de la clase media que se ve rodeada de problemas y solicitudes en el curso de los días. Esperan un retorno de resultados inmediatos a sus propuestas y se consolidan como beneficiarios de los deseos y desencantos de una generación. Estas marcas blancas en política se producen en el ámbito de la izquierda (convertida ella misma en marca) y que, ofrezca lo que ofrezca, es elegida o votada por los ciudadanos sin evaluar sus propuestas o contenidos sino simplemente porque son más cómodas y adaptables a su vida y pensamiento. Sin embargo, llevan consigo el germen de la acción y de la revancha, de conseguir la cuota de mercado suficiente para imponerse a las demás y establecer la dictadura o hegemonía y la prepotencia de la marca. El marxismo no ha muerto.