Vuelta del veraneo

02/09/2017 - 11:48 Luis Monje Ciruelo

Recuerdo mi primera visita veraniega a Benidorm en los años cincuenta, cuando empezaba a ganar prestigio de la mano de su alcalde, Pedro Zaragoza, que fue después gobernador civil de Guadalajara.

Escribir sobre el veraneo a finales de agosto, cuando el corazón y el ánimo se les encoge a muchos ante la inminencia del regreso, es como una penitencia laica para quien no ha salido de veraneo, como es mi caso. El veraneo, como la vida, suele ser una rutina cundo todo va bien. Una rutina de la que no nos libramos los columnistas cuano escribimos sobre ls fiestas de los pueblos, Veranear, ya lo he dicho alguna vez, es disfrutar del ocio de las vacaciones en lugar distinto de la residencia habitual. Es decir, coge uno las vacaciones y se marcha al más escondido rincón del mundo, (en Guadalajara hay muchos, por ejemplo, el Molino de Castilpelayo, en el Bornoba) y allí y aquí me veo en la obligación de trabajar, quiero decir de escribir. Entonces ya no estoy de vacaciones y, por tanto, tampoco de veraneo, sino que estoy currando en otro lugar. Aunque habría que averiguar si esto de escribir artículos es para mí un trabajo o una diversión. Y lo digo con todas las reservas del mundo.
    Más de uno  habrá caído ya en la cuenta de que si escribo esto es porque no tengo otro tema más a mano.  El suplicio de los que estamos atados a una columna periodística tiene mucho del de Tántalo. Damos fin a un artículo y cuando estamos pensando en tumbarnos a la bartola para hacer bueno lo del veraneo  ya tenemos encima la obligación de  otro artículo. Sin embargo, el veraneo es para muchos una  ocasión para el ejercicio y la exploración a pie de parajes nuevos, apenas entrevistos quizá desde el coche. Son planes para personas jóvenes, que los mayores contemplamos con envidia y añoranza, sin atrevernos a emularlos. Pero yo no quería  hablar del veraneo  desde el subjetivismo de quien prepara su espíritu para una etapa distinta, aunque no novedosa, pues pocos son los que salen ahora al extranjero por primera vez. Recuerdo mi primera visita veraniega a Benidorm en los años cincuenta, cuando empezaba a ganar prestigio de la mano de su alcalde, Pedro Zaragoza, que fue después gobernador civil de Guadalajara, y lo primero que hice, como concesión a mi vanidad, fue poner en el cristal posterior de mi 600 de segunda mano, la pegatina “Benidorm-Costa Blanca” pues Villajoyosa, a cuatro kms., donde nos bañábamos, no tenía el “glamour”de esa ciudad de nombre árabe. (Benidorm . Ven y duerme).