El Tour aún no ha cerrado las heridas que dejó hace diez años el caso Festina
01/10/2010 - 09:45

CICLISMO TOUR DE FRANCIA 2008
El 11 de julio de 1998, el Tour de Francia tenía un comienzo inédito, en Dublín. Era una carrera que nacía marcada por varios motivos. El primero de ellos, la detención en la frontera franco-belga del masajista del equipo Festina, el belga Willy Voet, al que arrestó la policía francesa de aduanas con un coche lleno de productos dopantes.
Era el masajista personal de Richard Virenque. Según la policía gala, el día 9 de junio, en el coche de Festina que debía de embarcar en el ferry para llegar a Dublín, encontraron 250 dosis de EPO y 100 de anabolizantes.
Tardaron muchas horas en decir que le habían detenido. Las suficientes para que Voet tuviese tiempo de darse cuenta dónde se había metido. Él había hecho lo que venía haciendo desde hace tiempo. Bueno, él y otros muchos. La policía comenzó a tirar de un hilo que dejó muchos cadáveres en el camino. Un chivatazo, dicen que proveniente de algún equipo francés, por envidias y venganzas, daba comienzo a otra carrera paralela a la del Tour, que estuvo a punto de terminar con la prueba.
Acabó conociéndose como el Tour del caso Festina, a pesar de que pasaron muchas cosas. Vimos cómo la policía se llevaba detenido en una llegada al director del equipo Festina, Bruno Roussel. También acabaría en comisaría el médico belga de la formación, Erick Rijkaert, que fallecería pocos años después víctima de un cáncer. Ese comienzo desataría una locura de carrera, fuera de la carretera. Hace diez años fue cuando la policía comenzó a convertirse en una invitada especial en los hoteles del Tour. Revisaron a los equipos TVM y Polti.
Constelación de rumores
El ambiente en el pelotón se iba crispando cada día que pasaba. La organización del Tour presionaba al equipo Festina para que se retirase. Miguel Moreno, que también acabó en comisaría, tuvo que hacerse cargo de la formación. Finalmente, en Brive la Gaillarde, Festina era expulsado. Llegarían todavía más despropósitos. En Albertville, mientras cenábamos, vimos un gran despliegue policial frente al hotel que ocupaba el TVM holandés. Se llevaron a todos los corredores del equipo para hacerles análisis capilares. Dos días después se retiraban los que seguían en carrera.
El Tour era una constelación de rumores; las noticias no estaban en la carrera, sino en los juzgados, alejadas de todo lo deportivo. Veríamos todavía muchas más situaciones kafkianas. El líder de la montaña, el italiano Rodolfo Massi, que era además séptimo en la general le tuvieron tres días detenidos. Dijeron de él que se dedicaba a vender productos dopantes a otros ciclistas.
La carrera, parada
La policía no probó nada y Massi lo perdió todo. Allí se acabó su carrera profesional. El 29 de julio se disputaba la etapa Albertville-Aix-les-Bains. El Tour se paró. La carrera estaba rota. Los corredores se bajaron de la bicicleta. Laurent Jalabert, el ciclista que más dio la cara, el que se implicó a fondo en todo, apoyado por la ONCE y por su director, Manuel Saiz, abandonó el Tour. Y con él, todo su equipo. En la llegada, Kelme y Vitalicio Seguros también comunicaban que dejaban la prueba. La mayoría del pelotón quería dejar el Tour. Los organizadores maniobraron bien para sus intereses. Bjarne Rijs, corredor del Telekom, que había ganado el Tour de 1996, vendió a sus compañeros. La etapa se anuló, pero la mayor parte de los ciclistas llegaron a Aix-les-Bains. Los equipos españoles dejaron la prueba, en algunos casos más por presiones periodísticas que por convicción propia. Los que más dieron la cara fueron los corredores de la ONCE. Quienes recuerden lo que sucedió en aquel Tour podrán sacar conclusiones de lo que llegó años más tarde al mundo del ciclismo.
Marco Pantani y Jan Ullrich ocuparon los dos primeros lugares en París. Ellos dejaron tirados a muchos de sus compañeros. La historia no acabó siendo muy benévola con ninguno de los dos.
Aquella noche del hotel de los líos
El esperpento total en el que se convirtió aquel Tour de Francia quedó reflejado en lo que sucedió en el hotel de Aix-les- Bains en el que se alojó la ONCE al término de la decimoséptima etapa. Cuando llegamos a ese hotel, la policía lo tenía totalmente acordonado. Sólo se podía acceder si estabas alojado en él, como era nuestro caso. Vimos uno de esos espectáculos que no olvidaremos nunca. El autobús del equipo estaba vigilado por la policía. Los masajistas (Sebastián Pozo) daban de cenar a los policías que estuvieron muchas horas de pie. El médico del equipo, Nicolás Terrados, fue detenido y acabó en comisaría. Su habitación estaba llena de medicinas, de uso legal, esparcidas por el suelo. Javier Mauleón, corredor de la ONCE, dijo a los periodistas una frase que quedó para la posteridad: ¿Qué queréis? ¿Que hagamos el Tour sólo con spaguettis?.
La noche se hizo eterna en ese hotel. Manuel Saiz se marchó a las 5 de la mañana, en un autobús conducido por Valentín Dorronsoro, camino de La Junquera, acompañado de varios corredores del equipo. El manager de la formación, Pablo Antón, se quedó a esperar a los abogados que iban a defender al médico, Nicolás Terrados. Unos abogados cuya presencia llamaba la atención. No se preocupe, el señor Terrados está bien, le dijeron a Pablo Antón, que acabó recogiendo la habitación del doctor junto a dos periodistas. Una habitación que era todo un poema de desorden y de descontrol. El equipo de la ONCE acabó gastándose cerca de 140 millones de pesetas, de las de entonces, en probar la inocencia del doctor Terrados, al que no pudieron inculpar de nada, puesto que no tenía ningún medicamento prohibido en su maleta. Aquello marcó profundamente a uno de los médicos deportivos que más prestigio tenía entonces a nivel mundial. El daño, como sucede siempre en estos casos, estaba hecho.
Tardaron muchas horas en decir que le habían detenido. Las suficientes para que Voet tuviese tiempo de darse cuenta dónde se había metido. Él había hecho lo que venía haciendo desde hace tiempo. Bueno, él y otros muchos. La policía comenzó a tirar de un hilo que dejó muchos cadáveres en el camino. Un chivatazo, dicen que proveniente de algún equipo francés, por envidias y venganzas, daba comienzo a otra carrera paralela a la del Tour, que estuvo a punto de terminar con la prueba.
Acabó conociéndose como el Tour del caso Festina, a pesar de que pasaron muchas cosas. Vimos cómo la policía se llevaba detenido en una llegada al director del equipo Festina, Bruno Roussel. También acabaría en comisaría el médico belga de la formación, Erick Rijkaert, que fallecería pocos años después víctima de un cáncer. Ese comienzo desataría una locura de carrera, fuera de la carretera. Hace diez años fue cuando la policía comenzó a convertirse en una invitada especial en los hoteles del Tour. Revisaron a los equipos TVM y Polti.
Constelación de rumores
El ambiente en el pelotón se iba crispando cada día que pasaba. La organización del Tour presionaba al equipo Festina para que se retirase. Miguel Moreno, que también acabó en comisaría, tuvo que hacerse cargo de la formación. Finalmente, en Brive la Gaillarde, Festina era expulsado. Llegarían todavía más despropósitos. En Albertville, mientras cenábamos, vimos un gran despliegue policial frente al hotel que ocupaba el TVM holandés. Se llevaron a todos los corredores del equipo para hacerles análisis capilares. Dos días después se retiraban los que seguían en carrera.
El Tour era una constelación de rumores; las noticias no estaban en la carrera, sino en los juzgados, alejadas de todo lo deportivo. Veríamos todavía muchas más situaciones kafkianas. El líder de la montaña, el italiano Rodolfo Massi, que era además séptimo en la general le tuvieron tres días detenidos. Dijeron de él que se dedicaba a vender productos dopantes a otros ciclistas.
La carrera, parada
La policía no probó nada y Massi lo perdió todo. Allí se acabó su carrera profesional. El 29 de julio se disputaba la etapa Albertville-Aix-les-Bains. El Tour se paró. La carrera estaba rota. Los corredores se bajaron de la bicicleta. Laurent Jalabert, el ciclista que más dio la cara, el que se implicó a fondo en todo, apoyado por la ONCE y por su director, Manuel Saiz, abandonó el Tour. Y con él, todo su equipo. En la llegada, Kelme y Vitalicio Seguros también comunicaban que dejaban la prueba. La mayoría del pelotón quería dejar el Tour. Los organizadores maniobraron bien para sus intereses. Bjarne Rijs, corredor del Telekom, que había ganado el Tour de 1996, vendió a sus compañeros. La etapa se anuló, pero la mayor parte de los ciclistas llegaron a Aix-les-Bains. Los equipos españoles dejaron la prueba, en algunos casos más por presiones periodísticas que por convicción propia. Los que más dieron la cara fueron los corredores de la ONCE. Quienes recuerden lo que sucedió en aquel Tour podrán sacar conclusiones de lo que llegó años más tarde al mundo del ciclismo.
Marco Pantani y Jan Ullrich ocuparon los dos primeros lugares en París. Ellos dejaron tirados a muchos de sus compañeros. La historia no acabó siendo muy benévola con ninguno de los dos.
Aquella noche del hotel de los líos
El esperpento total en el que se convirtió aquel Tour de Francia quedó reflejado en lo que sucedió en el hotel de Aix-les- Bains en el que se alojó la ONCE al término de la decimoséptima etapa. Cuando llegamos a ese hotel, la policía lo tenía totalmente acordonado. Sólo se podía acceder si estabas alojado en él, como era nuestro caso. Vimos uno de esos espectáculos que no olvidaremos nunca. El autobús del equipo estaba vigilado por la policía. Los masajistas (Sebastián Pozo) daban de cenar a los policías que estuvieron muchas horas de pie. El médico del equipo, Nicolás Terrados, fue detenido y acabó en comisaría. Su habitación estaba llena de medicinas, de uso legal, esparcidas por el suelo. Javier Mauleón, corredor de la ONCE, dijo a los periodistas una frase que quedó para la posteridad: ¿Qué queréis? ¿Que hagamos el Tour sólo con spaguettis?.
La noche se hizo eterna en ese hotel. Manuel Saiz se marchó a las 5 de la mañana, en un autobús conducido por Valentín Dorronsoro, camino de La Junquera, acompañado de varios corredores del equipo. El manager de la formación, Pablo Antón, se quedó a esperar a los abogados que iban a defender al médico, Nicolás Terrados. Unos abogados cuya presencia llamaba la atención. No se preocupe, el señor Terrados está bien, le dijeron a Pablo Antón, que acabó recogiendo la habitación del doctor junto a dos periodistas. Una habitación que era todo un poema de desorden y de descontrol. El equipo de la ONCE acabó gastándose cerca de 140 millones de pesetas, de las de entonces, en probar la inocencia del doctor Terrados, al que no pudieron inculpar de nada, puesto que no tenía ningún medicamento prohibido en su maleta. Aquello marcó profundamente a uno de los médicos deportivos que más prestigio tenía entonces a nivel mundial. El daño, como sucede siempre en estos casos, estaba hecho.