Carnestolendas

25/02/2017 - 12:19 Jesús de Andrés

Hoy el Carnaval no es ni respuesta a la Cuaresma ni reivindicación de la democracia; es otra cosa: la fiesta del disfraz, de lo lúdico, una celebración alegre.

Como en un tiempo cíclico, infinito, sometido a las estaciones del año, en febrero regresa el Carnaval, el eterno combate entre don Carnal y doña Cuaresma, la representación de la lucha perpetua entre el paganismo y el cristianismo. El Carnaval es una fiesta surgida en la sociedad rural del Medievo, cuyo ritmo anual, el reflejado en los mensarios de las iglesias románicas de Beleña y Campisábalos –a los que Jesús Orea ha dedicado hace poco una serie de excelentes artículos en estas mismas páginas-, estaba determinado por las fases de la naturaleza y las celebraciones religiosas: la siembra y la cosecha, la crianza y la matanza, los solsticios y los equinoccios con sus respectivas festividades. Los tres días previos al inicio de la Cuaresma, antes de que la carne, en todas sus acepciones, se prohibiera, eran tiempo de diversión, de transgresión, de crítica consentida, de subversión del orden, una fiesta que además de ser válvula de escape promovía un sentimiento compartido de pertenencia a la comunidad.
    En las sociedades modernas -secularizadas e individualistas- las tradiciones del pasado han perdido el significado que tuvieron antaño. Hoy no hay que combatir a la Cuaresma porque su imposición, como mucho, ha quedado relegada al ámbito de lo privado. Ya no se prohíbe la carne. Y si se prohíbe da lo mismo porque, afortunadamente, la Iglesia ha perdido el control de las costumbres sociales. Durante un tiempo, tras la muerte de Franco, los primeros ayuntamientos democráticos dieron al Carnaval un sentido de afirmación democrática por oposición a la dictadura. De esta forma, Guadalajara y otros municipios de la provincia, recuperaron una tradición que nunca tuvieron. La posterior despolitización del Carnaval ha conseguido que llegue hasta nosotros dejando en el camino todos los significados que anteriormente encerró. Hoy el Carnaval no es ni respuesta a la Cuaresma ni reivindicación de la democracia; es otra cosa: la fiesta del disfraz, de lo lúdico, una celebración alegre pero, como decía don Julio Caro Baroja, concejilmente reglamentada. En ella los ayuntamientos desarrollan sus programas festivos y las televisiones y los medios recurren al tópico del tema, haciendo desfilar sin fin ante nuestros ojos máscaras venecianas, nalgas brasileñas, comparsas y disfraces para todos los gustos.
    Decía Juan Ruiz, nuestro Arcipreste de Hita, que “don Carnal es muy grande Emperador”, por lo que, pese a todo, no debemos subestimar su importancia como festejo popular. En Carnaval aflora la crítica social y política a través del disfraz, sigue presente su condición transgresora y se mantiene viva la llama de la imaginación y el humor. Como decía el de Hita en su Libro de Buen Amor, “Carnal ha venido, se acabó la miseria”.