Chulísimo


Hemos sabido en estos días del despido o renuncia, vaya usted a saber, de un conocido exlíder político, que volvió (o algo así) a la actividad privada tras su paso por los oropeles y la gloria casi alcanzó acariciar con los dedos, hasta que se le derritieron las alas demascópicas.

Tenemos un gobierno chulísimo, con unas Cortes Generales de lo más cuqui, que hacen leyes que son una monada o un primor, como ustedes prefieran. Hacemos reformas y contrarreformas que ya les gustaría a protestantes y católicos, luteranos, trentinos y Loyola, en un mejunje de ocurrencias de los pensadores que pueblan las sedes de nuestros partidos políticos. 

Han conseguido que, de tanto formarse en estrategias de las series de Netfix, nuestro ruedo político se parezca más a un juego de tronas que de tronos, por el infantilismo difícil de superar de nuestros representantes. Eso sí, tronas chulísimas, a juego con el bolso y los zapatos de los que presumían de venir descalzos.

No voy a caer en la tentación, y es mucha, de hablar de los espectáculos poco edificantes que hemos presenciado estos días en el Parlamento, que últimamente hace poco honor a su nombre, porque hay más griterío que palabras. Pero me voy a quedar en los alrededores. 

Hemos sabido en estos días del despido o renuncia, vaya usted a saber, de un conocido exlíder político, que volvió (o algo así) a la actividad privada tras su paso por los oropeles y la gloria casi alcanzó acariciar con los dedos, hasta que se le derritieron las alas demoscópicas y se dio el trompazo, como Ícaro. Pues este señor tan chulísimo, que parece salido de las páginas de sociedad de una revista de los años 60, tan repeinado y tan limpio, ha dado un portazo al bufete que le acogió. Puede ser, como alega, por incumplimiento de los deberes del pagador, que siempre cobra uno menos de lo que cree que merece; pero también uno siempre paga más de lo que cree que se ha ganado el otro. O puede ser también, como afirman los off the record de los empleadores, a que el señor quería lucir tipín, ejercer de florero y llevarse la pasta gansa sin doblar el lomo.

Posiblemente en el término medio de los puede ser esté la virtud, y que las expectativas de la “cara bonita” eran altas para sí mismo y para los otros; pero los electores suelen ser más generosos que los clientes, que el que paga manda y prefiere resultados en la cuenta que selfies con famosos.

El problema es que hemos cambiado una clase política repleta de abogados del estado, altos funcionarios, juristas de prestigio, académicos y empresarios, por personas que no saben lo que es ganarse la vida en la real y que su experiencia sale del ala oeste de la sede del partido. Tantos políticos profesionales por vocación de nómina, que cuando pierden su chulísimo trabajo creen que les van a contratar y pagar por su agenda y sus contactos, en vez de por su conocimiento y capacidad de trabajo. Y entre la maraña de chulísimos, hay que esmerarse por encontrar un diamante y haberlos, haylos y, sobre todo, haylas.

Por desgracia para los profesionales cool de la política, no hay chollos tan chulísimos para junior con aspiraciones de sueldo y categoría de senior. La empresa privada es otra cosa. Los españoles confiamos el gobierno a personas a las que no les dejaríamos las llaves de nuestra casa o nuestro coche, en la absurda creencia de que lo público es menos nuestro que lo privado: el dinero público no es de nadie, Carmen Calvo dixit.

Así que mientras nuestras ministras chulísimas y nuestros políticos reconvertidos en parados de más o menos lujo nos entretienen con sus idas y venidas, me apresto a celebrar el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, hoy 11 de febrero. Este es el presente y el futuro que elijo y que prefiero; y es chulísimo de verdad.