Desmitologizar

06/03/2017 - 14:07 Jesús Fernández

Hay que desmitologizar la sociedad a la luz de los principios democráticos y, a la vez, hay que desmitologizar la libertad a la luz de los valores.

Sigo sin entender cierta fascinación que ejerce el marxismo sobre la mente de algunos jóvenes cuando se sabe, por activa y por pasiva, que es un proyecto de ordenación de la sociedad contrario al hombre, que abandona el humanismo, que le es indiferente la situación de los individuos, de las clases sociales, de la  conciencia, del espíritu, de los valores  y de la trascendencia. Es el afán guerrillero el que les mueve. Luchar en la clandestinidad de las ideas contra los logros y las eficiencias del humanismo  occidental e histórico. El comunismo practicado y practicante no es un referente  de libertad con todos los ejemplos de detención, prohibición,  persecución y eliminación de disidentes, encarcelamiento de opositores, dictaduras cruentas o incruentas, deportación, condena y purga de adversarios, campos o cárceles de reclusión. Pero no es el marxismo sino el poder el que ejerce esa atracción en los jóvenes de hoy.
    La democracia no la hacen los grandes líderes sino el pueblo sencillo y sufrido con su soberanía y participación. Padecemos un exceso de liderato y demasiados dirigentes por densidad de población o por metro cuadrado. Se pasan la vida desfilando por los medios o ventanas de comunicación. Están más pendientes de enseñar el dedo que el objeto señalado, más del discurso que de las propuestas. Hay que desmitologizar la sociedad a la luz de los principios democráticos y, a la vez, hay que desmitologizar la libertad a la luz de los valores. Tenemos demasiados ídolos y adoramos demasiados dioses. Demasiado magisterio y adoctrinamiento del pueblo Cuanto menos democracia hay en un país, más se cultiva la admiración y la exaltación que se da más en sociedad no desarrolladas. El antiguo mundo comunista del Este de Europa era muy dado al culto a las personalidades. Entre nosotros existe todavía mucho personalismo que, unido al egoísmo, hacen de los líderes unos seres humanos rechazables por sus conductas ambiciosas.
    Hay que desmitologizar la política aunque ello no comporta la pérdida de respeto y estima de la misma. En esta tarea tiene mucha responsabilidad el pueblo pues debe ver a los políticos, no como unos cedros del Líbano, sino como simples hombres. Son hombres y sólo hombres. No hay mesías. Hemos llenado la democracia de mitos, de imágenes  y nos hemos olvidado de llenarla de valores. Hay muchos elementos míticos en la representación de la democracia.  Existen más elementos de representación y utopía en ella que realidad. Por eso, el pueblo se siente decepcionado cuando constata la gran diferencia entre planteamientos idealistas y sucesión  realista. El mayor enemigo de la democracia no es la indignación sino la decepción. Tanto una como la otra  vienen de los hombres.