Mitos

30/03/2018 - 15:59 Jesús de Andrés

Los dioses, como invención humana que son, nacen, se desarrollan y mueren.

Zeus, dios de los cielos, deidad suprema de los antiguos griegos, residía en el Olimpo. Habitualmente era representado caminando con un rayo en su mano derecha o sentado solemnemente. Engendró hijos con mujeres mortales, héroes como Perseo o Hércules. Su conocimiento, así como el relato de sus andanzas, pasó durante cientos de años por tradición oral de padres a hijos. Hesíodo lo recogió en su Teogonía, poético tratado sobre el origen del cosmos y el linaje de los dioses.
    A Zeus se le conocía como Zeu pater (Zeus padre) al igual que a Júpiter, el dios romano (Iu piter, Dios padre). Para los germánicos el dios supremo no era el dios del cielo, Thor, también representado con un rayo, sino Odín. A ellos –ayer como hoy– se rezaba para invocar la lluvia o la protección de las cosechas. Marco Aurelio recogió en sus Meditaciones las súplicas de los atenienses: “Envíanos la lluvia, Zeus amado…”. Todos ellos, pese a su inmortalidad, pese a que en su momento poner mínimamente en duda su existencia o su eternidad nos hubiera costado la vida, están muertos. Zeus, Júpiter, Odín, Amón, Tinia y miles de dioses griegos, romanos, nórdicos, egipcios, etruscos, babilónicos, asirios, mayas o sumerios han sido arrasados por la historia. Y con ellos sus religiones.
    Los dioses, como invención humana que son, nacen, se desarrollan y mueren. De algunos de ellos queda el vago recuerdo recogido por la mitología y su representación en el arte: en la pintura, la escultura, la literatura u, hoy en día, en el cine. De otros, ni eso. Enlil, Nergal, Inti, Pachacamac, Alom, Balar son dioses todopoderosos olvidados incluso allí donde reinaron. Algunos dioses han vivido cientos, miles de años, si bien nunca fueron los mismos, mutaron a la par que sus sociedades, cambiaron –como todo– porque cambiaron las personas que sostuvieron su creencia, las comunidades que les rindieron culto. Todos fueron temidos y adorados. En más de 4.000 cifran aproximadamente los historiadores las religiones que en el mundo han sido. Cada una con su largo repertorio de dioses, semidioses, ángeles, santos, demonios, avatares y seres no humanos que construyen su trama mitológica, la ficción que les da alimento.
    Para Hölderlin, el gran poeta lírico alemán, es fundamental mantener la memoria de los dioses que ya no están, de los que han sido tragados por la historia, la evocación de los dioses desaparecidos. En uno de sus poemas, El Rin, como en todo río que nos lleva, el recuerdo de los dioses, el repaso de sus vidas, tiene sentido: el sentido que anuncia la llegada de otros dioses nuevos, la necesidad de prepararnos para ese momento en el que seamos conscientes de que los dioses actuales van a extinguirse o incluso –sin que lo sepamos– han desaparecido hace tiempo.