El oeste abandona Rusia. ¿Cuánto subirán los precios?

30/03/2022 - 09:42 Clara Martínez Jiménez

Creo que no era consciente de que actualmente vivo en un país que está en guerra hasta que no pasaron unos días de las primeras operaciones militares. Iba en un tren de media distancia hacia Moscú desde Nizhny Nóvgorod (600 km al este de Moscú) cuando hicimos una parada en una estación en la que nunca suele subirse mucha gente, ya que es una base militar. Ese día se subieron alrededor de 60 chicos y un par de hombres. Digo chicos porque no tendrían más de 18 o 20 años. Algunos llevaban el uniforme del ejército, otros no. Todos llevaban sus bolsas de viaje, las cajas con las raciones de comida con el tan particular símbolo del ejército ruso: la estrella; bolsas con latas y botellas de agua. Todos, sin excepción, llevaban la cara más triste y asustada que yo haya visto jamás. 

Uno de ellos se sentó a mi lado y se dispuso a llamar a su madre: 
-“Mamá, nos han llamado de urgencia, voy camino a Moscú y después no sabemos donde nos llevan”. 
-La madre comienza a llorar y a gritar: “¿Pero por qué tienes que ir tú? ¿Qué vas a tener que hacer?” 
-“Nada, nos han dicho que solamente es un ejercicio militar, no te preocupes mamá, en unos días nos mandarán de vuelta, te prometo que estaré bien”. 

En ese momento él y yo nos miramos y supimos que uno le dice a una madre lo que quiere oír, pero ni él mismo se creía sus palabras. Otro chico que se sentaba en el asiento de delante tenía una conversación parecida con su mujer. 

Esa noche cuando llegué a mi casa no podía parar de llorar, sentí miedo real, ese que no se puede explicar con palabras, ese que había visto en los ojos de aquellos chicos. Ahora, semanas después, me pregunto: ¿habrán vuelto esos chicos a ver a sus madres y a sus mujeres?

Mientras tanto, la vida en Moscú transcurre como si nada pasase en la frontera, las calles siguen llenas, la gente sigue paseando y las manifestaciones siguen brillando por su ausencia. 

Los precios en general han subido un 20%, directamente al entrar en un restaurante hay un cartel que te lo avisa o bien una pegatina en la mesa o en la carta. Sin embargo, no podría decir que esto esté afectando a los aforos, los bares y restaurantes siguen tan llenos como siempre, y no solamente los fines de semana, ya que Moscú es una megalópolis que nunca duerme. En lo que más está afectando la subida de los precios es en los productos perecederos, o sea, frutas y verduras. La semana pasada me recorrí casi 10 mercados y supermercados en la búsqueda de pimientos rojos (porque de los verdes uno se puede olvidar desde hace ya unas semanas). Sí, los pimientos rojos no han sido nunca baratos, es cierto, pero el precio del kilo ha subido de los 250 rublos a los casi 800 (o sea, de 2,5 a 8 euros al cambio), eso desde luego que no es un 20% más. 

Cuando entras a un centro comercial parece que entras en un pueblo fantasma, todas las tiendas están como listas para abrir en cualquier momento, sin embargo, todas tienen un cartel en la puerta indicando que debido a la situación política están cerradas de manera temporal. Y lo más frívolo es que esto tampoco parece importarles a los rusos. Sí, supongo que a los que finalmente pierdan su trabajo (ya que ahora les siguen pagando igual sin trabajar) les llegue la bofetada de realidad entonces, pero dudo mucho que los demás se den cuenta de las consecuencias económicas que esto va a traerles. 

Lo que sí parece haber afectado bastante a los moscovitas es el cierre de McDonald’s. En las últimas semanas y desde que se anunciara el cierre por parte de la hamburguesería estadounidense he visto colas de cientos de personas en la calle (con unas temperaturas de casi -20 grados) esperando para comprar. El otro día leí una historia de como un chico había comprado todas las salsas de uno de los principales establecimientos de la ciudad. Casi 400 paquetes de salsa de queso. Otro chico compró 150 hamburguesas. Pero el que se lleva el premio, sin duda, es el señor que se decidió esposar a la puerta de uno de los casi 850 establecimientos de la cadena proclamando que: “McDonald’s no tiene el derecho de cerrar en Rusia. Es un acto de hostilidad contra mi y mis compatriotas”.  Curiosamente este chico decidió encadenarse a la puerta del primer McDonald’s que se abrió en Rusia en enero de 1990 en la Plaza Pushkin, y que para muchos se vio como un símbolo de la inminente caída de la Unión Soviética. El día en que en teoría se cerraban todos los restaurantes en Rusia se vieron colas desde las 4 de la mañana en restaurantes que abrían a las 10, no he visto tanta gente ni en las “manifestaciones”.

Donde sí he visto grandes aglomeraciones de personas es en los cajeros automáticos, en especial los fines de semana y los días antes de la fiesta del 8 de marzo. Aparentemente, los rusos tenían miedo de que, como en otras ocasiones, los bancos directamente cerrasen y ellos perdieran todo su dinero. Este miedo está apoyado en situaciones en las que las tarjetas de crédito no estaban tan a la orden del día y los bancos no entregaban efectivo. La posibilidad de que eso pase hoy en día es prácticamente nula. Sin embargo, ahí teníamos a cientos de personas haciendo cola y entrando en disputas tanto verbales como físicas para poder sacar cualquier tipo de moneda, ya no importaba qué: si rublos, euros o dólares. Esto fue un ataque directo para las personas que sí necesitaban disponer de otras monedas extranjeras para los negocios, como por ejemplo para los importadores de flores, que tenían que pagar las aduanas de sus productos para la fiesta del 8 de marzo (uno de los días en los que más flores se venden en todo el país), y no podían disponer de efectivo, por lo que arriesgaban a perder las inversiones y los productos. Todos perdieron dinero esos días, tanto los comerciantes como el ruso de la calle que pagaba comisiones y tasas de cambio descomunales por la retirada de efectivo en moneda extranjera. Y aquí es donde yo me paro a pensar, ¿cómo le afecta eso al gobierno? De ninguna manera, es fácil respuesta. Esto es una sanción impuesta directamente contra el pueblo y los pequeños y medianos comercios que viven al día. Muchos han tenido que cerrar, ya que han perdido miles de dólares en un solo día. 

Hoy hace 12 grados, ha llegado la primavera y el sol, y como buena española saldré a pasear y a disfrutar del buen tiempo mientras me pregunto ¿qué está pasando? ¿cómo puede ser que vivamos tan cerca de un conflicto y apenas nos esté afectando? Mi conclusión es que estamos tan metidos en nuestra vida y nuestros quehaceres que estamos pasando por esto en un shock colectivo y no estamos siendo realmente conscientes de lo que está por llegar.