El pistolero
Si ya de por sí son habituales las críticas, ofensas y reprobaciones que recibe el presidente del Gobierno por su aferramiento al puesto, en esta ocasión el nivel ha subido varios palmos.
Hace escasos días Arturo Pérez-Reverte dijo en Twitter que le fascinaba Pedro Sánchez como personaje, su habilidad para matar, su frialdad de pistolero implacable. Sus palabras, como ocurre con casi todo lo que escribe en esa red social, generaron una polémica considerable. “Uno tras otros van cayendo a su alrededor mientras se protege tras los cadáveres”, expresó al hilo del cese de la directora del Centro Nacional de Inteligencia, Paz Esteban. Si ya de por sí son habituales las críticas, ofensas y reprobaciones que recibe el presidente del Gobierno por su aferramiento al puesto, en esta ocasión el nivel ha subido varios palmos, siendo casi unánime el vapuleo salvo para los más leales, que por lo general han permanecido en silencio. Políticos y periodistas de todos los colores se han despachado a gusto, desde Quim Torra, quien ha dicho que a Sánchez “le es todo igual con tal de seguir siendo presidente”, hasta Santiago Abascal, quien le ha acusado de criminalizar a la ya exdirectora del CNI.
Coincido con Pérez-Reverte en la fascinación por el personaje, cuyo recorrido político tiene el componente mítico del héroe desterrado que vuelve con el apoyo popular para ejecutar su venganza. Manual de resistencia es el título de su biografía, en la que se relatan los acontecimientos que van desde que llegó a la secretaría general del PSOE en 2014 hasta que alcanzó la presidencia del Gobierno en 2018, siendo derrotado, obligado a dimitir y resucitado tras las primarias en las que venció a Susana Díaz. Tratándose de un superviviente nato, a quien unos y otros acusan de cínico, soberbio e inmoral, no es de extrañar que, por mucho que los demás lo deseen, él se agarre al poder. Lo hacen todos, y no siempre con buenas artes. No hace falta acudir a Maquiavelo y los consejos que daba a Fernando de Aragón ni, más recientemente, a las famosas leyes de Robert Green. Sabido es que el poder, como recompensa obtenida tras una muy dura competición, provoca adicción en quien lo posee. Cuanto más áspero ha sido el camino, mayor será el empeño en no perderlo.
En su revólver, como decía aquella canción de Pistones, hay más muescas que en la barra del bar y en su cintura más balas que en todo un arsenal. Está claro que no se irá antes de tiempo ni por voluntad propia. Nada le obliga a hacerlo ya que por algo ganó unas elecciones y consiguió unos apoyos por muy discutibles que sean -que lo son- para ser investido. Será el electorado, si acierta el disparo, quien se convierta en el hombre que mató a Liberty Valance: sólo él tendrá la última palabra y no los John Waynes que confunden su deseo con las reglas de juego.