El precio de la ambición

18/12/2016 - 16:03 Jesús Fernández

En democracia la ambición de unos pocos la pagan todos los ciudadanos.

Eso es la democracia: la ambición de unos pocos la pagan todos los ciudadanos. Frente a unas razones o raíces  del Estado como  garantía  de la seguridad de los ciudadanos,  aquí se aboga por la antropología como origen  del Estado, ya presente en Rousseau donde el Estado es la condición esencial para el desarrollo intelectual y moral del hombre. El Estado no sólo propicia la constitución de hombres libres e iguales ante el derecho y la ley sino también la formación de ciudadanos moralmente buenos, competentes  y honestos. No podemos servir a una democracia de la ambición.
    ¿Y qué Estado democrático  tenemos hoy? La democracia no es tanto la exaltación  de la libertad individual sino el equilibrio de los sentimientos comunitarios. Para ser un buen patriota no es necesario odiar a nadie. Hay demasiado odio repartido en la sociedad siendo los partidos políticos  distribuidores de esos rencores.  Tenemos que hacer una remunización del alma dotándola de otro armamento que no sean los sentimientos de destrucción. Hay que vivir en un Estado y no del Estado que no está para satisfacer los deseos, las  ambiciones o ganancias  individuales sino las necesidades de los ciudadanos comenzando por los que menos recursos tienen.
    Por el contrario, el amor  al Estado en una democracia es el amor a la democracia y el amor a la democracia es el deseo de igualdad y justicia entre todos los ciudadanos y la sencillez en el estilo de vida. Sólo desde la moderación y la austeridad salen los recursos necesarios de los Estados para responder a las necesidades comunes. Cuando hablamos de igualdad no nos referimos sólo a la igualdad económica sino también a la del talento y a la de oportunidades. Dicha igualdad sólo se consigue mediante las leyes que conformen instituciones de garantía. Esas leyes no pueden ahogar cualquier iniciativa privada que sirva de estímulo antropológico a la personalidad.
    La llamada paz social o democrática, muchas veces, se ha conseguido a base de satisfacer reivindicaciones inspiradas en dichas ambiciones. La política de “cheques y balance” no conduce necesariamente a una mayor democracia en el mundo. La codicia no se satisface con más ambición pues ésta resulta insaciable. Entramos así en el sistema cerrado  de poder y contra poder, o sea, el de las instituciones y el de las reivindicaciones. Tenemos que romper esta dinámica donde todo se legitima sólo por el poder, venga de donde venga.