Medio siglo de Democracia (y Economía)


Hace 50 años, el otrora presidente del gobierno Arias Navarro se dirigió a los españoles de manera lacrimógena para referirse al fallecimiento de Francisco Franco. Tras varias décadas de dictadura, se cerraba un periodo de enfrentamiento entre hermanos (como diría Machado) iniciado con la II República y que debería haberse clausurado para delicia de los cronistas y alivio de los actuales obligados tributarios.

Respeto y valoro la historia de mi país, pero el eterno runrún guerracivilista entre bandos, medio siglo después del óbito del ínclito, debería ser suficiente para mirar hacia el futuro y no hacia el pasado. En términos básicos de explicación, me importa un bledo la valoración de acontecimientos ocurridos antes de una década de mi propio nacimiento y me preocupa más lo que capten mis sentidos en el día de mañana. No es desinterés o falta de respeto, es un hastío por un país que políticamente está anclado a sus propias miserias parciales. Me cuesta creer que hayan pasado 50 años y sigamos en el mismo capítulo. Ningún libro da de sí de esta forma sin sonar repetido.

Desde el punto de vista económico, razón de esta columna, cabe destacar que el periodo histórico vigente (en términos macroeconómicos o macrohistóricos) nace de una destrucción total del primer francisco (1939-1959) donde hubo miseria, emigración y carestía en base a la autarquía impuesta, con un periodo de aperturismo, colaboración y planificación (Plan de Estabilización 1959-1974) de la mano de la cooperación internacional donde se creció a un ritmo del 6,8% del PIB. La cifra es engañosa porque todo punto de partida menor recoge porcentajes de crecimiento mayores, pero no deja de ser indicativo de la mayor fase de desarrollo económico de todo el siglo XX español, análoga en paralelo a la población de España (en 1950 había menos de 28 millones de habitantes y a día de hoy rozamos los 50 millones en tres cuartas partes de siglo).

El mayor éxito de esta etapa fue conseguir que la clase media española (la que paga impuestos) pasara de la pobreza a la dignidad, en sus distintas clases de progreso económico y personal. El fin del régimen, se une a la llamada Década Negra, donde la incertidumbre económica era inversamente proporcional a la apertura democrática, siendo nuestro país penalizado por las distintas crisis del petróleo y tan solo los Pactos de Moncloa (1978) así como la entrada en la CEE (1986) rompieron la media de crecimiento anterior de Suarez (1,51%) hasta un 2,29% de González.

Esa apertura a la UE, junto con las devaluaciones previas de la peseta (1992-1995) y distintas privatizaciones fueron vientos de cola para el crecimiento económico sostenido que se tuvo hasta la mayor crisis (2008-2013) vivida tras la Gran Depresión de los años 30. Desde entonces, el PIB se ha mantenido estable dentro de la moderación a cargo de una deuda y déficit galopantes que no han dejado de crecer año tras año hasta nuestros días. Entre medias, una pandemia que destruyó el 10% del PIB y de la cual, fruto de nuestra debilidad exterior, hemos tardado más tiempo que nuestros vecinos en recuperarnos.

El resumen de nuestra Españita es sencillo. Es evidente que vivimos infinitamente mejor que al final de la dictadura, pero llevamos al menos dos décadas con exiguos incrementos de productividad y de nivel de vida que lastran nuestras expectativas y proyecciones futuras. La previsión inmediata es un inmovilismo institucional, político y una deriva internacional económica que van en contra de las verdaderas necesidades de los ciudadanos.

Todos los lectores queremos respeto institucional, independencia de poderes, ayudas al crecimiento empresarial, una sana red de seguridad social y la capacidad de abrazar de la misma forma a nuestros iguales y diferentes. Hemos tenido 50 años para elaborar discursos y calcular estadísticas e incluso los Simpsons lo decían: Niños, niños, futuro, futuro. Los que nos dedicamos a la economía no queremos japonizar nuestras existencia ni que nuestra cohorte sea una generación perdida. Honren, respeten y reparen, pero no hipotequen la ilusión del progreso de los españoles que dentro de pocas décadas nos criticarán por el tiempo perdido de nuestros días. Hoy ya es tarde para el mañana.