Fusiones en democracia

18/07/2016 - 23:08 Jesús Fernández

Durante muchos años hemos vividos bajo la sensación de que el sistema de representación democrática se agotaba.

Durante muchos años hemos vivido bajo la sensación de que el sistema de representación democrática se agotaba o se cubría con dos o tres formaciones políticas que recogían el pluralismo existente en la sociedad bajo la imagen  geométrica de derecha, centro e izquierda. Se habló de las dos Españas que, en política, equivalía al bipartidismo. Sin embargo, la movilidad social, el  relevo generacional, la presencia  de una cultural global, la degeneración de ejercicio político, la incapacidad de las formaciones tradicionales para responder a las más recientes exigencias, ha hecho nacer  nuevas expectativas y esperanzas en otras  formaciones o partidos emergentes cuyo encaje en la democracia resulta muy difícil. Se defendía la atomización de la vida política mediante la proliferación de micro-partidos, capaces de  reflejar mejor  la multiplicidad de opciones ideológicas, propuestas,  diferencias o iniciativas territoriales.
    Más democracia significa para algunos, más partidos políticos. La dialéctica entre unidad y  pluralidad ha sobrevolado siempre la democracia desde la Revolución Francesa. La unidad está representada por las Constituciones de los Estados, mientras que la pluralidad ciudadana está encarnada por los partidos democráticos creados al amparo de ella. El pluralismo social –se argumenta- determina el pluralismo o la proliferación de partidos. ¿Por qué, pues, ahora se intenta recorrer el camino contrario hacia la fusión, unificación y simplificación de la oferta, negociando y ofreciendo grandes bloques electorales a los ciudadanos? ¿Es  que ha desaparecido la conciencia democrática y participativa de las  pequeñas identidades, comunidades o asociaciones? ¿O es que nadie se preocupa de la singularidad  de los problemas de las personas?
    La respuesta es muy simple y muy clara. A los partidos no les interesa la definición ideológica, el perímetro social o de clase, el alcance comparativo, los perfiles o límites de sus programas sino su acceso al poder y a los cargos por la vía  más rápida y exclusiva posible para lo cual, de acuerdo con una ley electoral vigente,  necesitan de mayorías “absolutas”, aplastantes, exclusivas, para poder gobernar a su gusto, disfrutar del poder sin dar cuenta a la oposición, sin tener que responder ante nadie de sus decisiones, nombramientos, subvenciones. En el fondo, esas organizaciones desearían constituirse en partido único, arrasando a los demás. Y a continuación, terminar con la disidencia interna en sus propias formaciones. Todos los dirigentes de los partidos, llamados emergentes, tienen una vocación y tendencia caudillista insaciable que, unida a la ambición personal y dineraria, contribuye a la hinchazón de su yo  personal en una sensación de orgullo maquiavélico y exclusividad. Frente a este abuso de la dispersión y diversidad, necesitamos grandes concentraciones de los ideales democráticos, humanistas y sociales formadas por la afinidad y pertenencia de nuestros pueblos a una determinada cultura.