Hartas de transfobia +
Urge diferenciar sin ambigüedades las políticas de diversidad sexual, que atienden principalmente a colectivos, de las políticas de igualdad entre los sexos.
Créanme, las feministas socialistas estamos hartas de transfobia y más acusaciones. A raíz de la decisión del 41º Congreso Federal del PSOE de seguir utilizando el acrónimo LGTBI −algo ya consensuado en el congreso anterior− sin adicionar la letra Q y el símbolo +, son muchas las personas que nos preguntan qué es lo que ha pasado, por qué tanto revuelo por una letra.
Quede claro que como defensoras de los derechos humanos siempre nos hemos opuesto al rechazo o aversión hacia las personas transexuales, pero también hemos de condenar que a cualquiera que no comulgue con la teoría queer se le tache de tránsfoba. Y es que la Q de queer no es una mera letra que se limite a representar a unas minorías sexuales, sino que comporta un trasfondo que consideramos contradice la evidencia científica.
Recuerdo que algo similar ocurrió cuando las feministas señalaron que el término trans era una vaguedad tanto desde el punto de vista conceptual como jurídico, ya que iba mucho más allá de la transexualidad e incorporaba otras situaciones indeterminadas. Pues bien, ahora que la palabra trans parece haberse normalizado, se da un paso más en la imposición de la doctrina queer y sus derivaciones, al tiempo que la imprecisión del significado de Q+ se incrementa.
El respeto a nuestro partido nos impide emprender un recorrido mediático haciendo un circo de las resoluciones democráticamente adoptadas, pero sí me gustaría aclarar nuestro planteamiento, el cual se puede compartir o no, pero que está muy alejado de lo que se ha convertido en el nuevo sambenito del siglo XXI, que es el de señalar como transfobia antes, ora lgtbiqplusfobia, todo aquello que cuestione lo queer.
Fuente: El País (20/03/2024)
El conglomerado ideológico que de manera genérica se conoce como teoría queer parte de una premisa acientífica, que es la negación de la realidad del sexo biológico como categoría de análisis válida. Esta cuestión no es menor, pues la variable del sexo es la que permite identificar, medir, implementar y evaluar medidas en favor de la igualdad entre mujeres y hombres. De ahí que el feminismo sostenga que refutar la existencia del sexo biológico conlleva un borrado de las mujeres en las políticas públicas.
Por otra parte, el género (que ni mucho menos es sinónimo de sexo) abarca todos aquellos estereotipos, símbolos, mandatos, valores, normas, etc. que se crean y perpetúan para legitimar la desigualdad por razón de sexo, es decir, la desigualdad entre mujeres y hombres. Es lo que conocemos como sistema sexo-género, el cual viene a explicar cómo a partir de las diferencias sexuales se elabora, por cuanto no es innata ni irremediable, la desigualdad.
Es por ello que en la agenda feminista hay un objetivo preminente, el abolicionista en sus distintas manifestaciones: la abolición del género como mecanismo de opresión y la abolición de la prostitución y los vientres de alquiler por ser formas de explotación sexual y reproductiva de las mujeres. Así las cosas, afirmar que el sexo biológico no es una realidad material, sino una construcción cultural, y que el género no es un elemento opresor, sino una multiplicidad de identidades redentoras representadas por Q+, podrá ser una postura admisible en una sociedad democrática, pero feminismo me temo que no es.
Precisamente los avances abolicionistas han sido el gran éxito del último congreso federal del PSOE. Hemos conseguido contener el peligro que entraña la Q+ para las mujeres y para el propio colectivo LGTBI, hemos logrado que los militantes puteros puedan ser sancionados y, algo fundamental, hemos introducido en nuestros documentos de referencia −no unos papelillos cualesquiera− el acuerdo de impulsar los cambios legislativos necesarios para abolir el proxenetismo y los vientres de alquiler «y que estos sean sancionados (…) tipificando en el Código Penal la conducta que desarrollen quienes, dentro o fuera de España, promuevan, intermedien o contraten, por sí o por medio de intermediarios, la utilización de los vientres de alquiler».
Despreciar estas y otras muchas medidas adoptadas en el 41º Congreso, más si quien lo hiciera fuera miembro del PSOE, solo contribuye a alimentar ciertas guerras culturales ajenas a la mayoría social y que, además, no forman parte de la tradición política ni del feminismo ni de la socialdemocracia. El movimiento feminista no nació para hacer discursos complacientes, sino para promover la igualdad entre mujeres y hombres, por eso sería un gravísimo error soslayar que el feminismo cuenta con una agenda histórica que ha redefinido el mundo desde hace casi trescientos años, pero que confronta radicalmente con el programa queer al no comprometerse este con la erradicación de la prostitución y la industria pornográfica, los vientres de alquiler y el género que, insisto, constituye un instrumento de dominación, de ahí que resulte antifeminista aceptar la multiplicidad del mismo o su conversión en identidades realmente más estereotipadas que rupturistas.
Urge diferenciar sin ambigüedades las políticas de diversidad sexual, que atienden principalmente a colectivos, de las políticas de igualdad entre los sexos, orientadas a conseguir la igualdad plena, real y efectiva de la mitad de la población respecto de la otra mitad. En este sentido, se precisa regresar a los lugares compartidos del feminismo, ese que a no sé quién le ha dado por denominar «clásico», en los que no haya dudas de que son las mujeres las que conforman su sujeto político, que se centran en mejorar las condiciones materiales de la vida de las mujeres (erradicación de la violencia machista, acceso a los espacios de poder para transformar la sociedad, participación justa y segura en el deporte, eliminación de las brechas salariales, corresponsabilidad real en los cuidados, etc.) y que ofrecen al colectivo LGTBI otro marco teórico y práctico distinto al queer para luchar contra las discriminaciones que padecen destruyendo el género en vez de multiplicarlo mediante innumerables etiquetas.
Termino con un párrafo extraído de la Declaración de Seneca Falls (1848), considerado el momento fundacional del feminismo sufragista, para reflexionar sobre lo que está ocurriendo en el mundo desde hace unos años, en algunos lugares a través de un patriarcado feroz y en otros aplicando unas ideas falsamente modernas y liberadoras: «todas aquellas leyes que impidan que la mujer ocupe en la sociedad la posición que su conducta le dicte, o que la sitúen en una posición inferior a la del hombre (…) no tienen fuerza ni autoridad».