La casa 'común'


Aquí y ahora, la Tierra está contaminada y enferma y, ante ello, nos preguntamos: ¿podemos vivir en equilibrio con la Naturaleza y en armonía con nosotros mismos?.

 Si perspectiva, al enfocar el origen del universo, va a ser la de la de quien cree en la Creación, aunque no exenta de una combinación evolucionista con la teoría del Big Bang o de la “Gran Explosión”, de hace trece mil millones de años -dicen los expertos-. Tenemos una sesera demasiado pequeña para meter el Universo en ella. Nuestro Planeta se formó hace cinco mil millones de años, pero luego, primero sin vida humana, pues su atmósfera era incompatible con ella, hace 3.600 millones de años, cambió la configuración de su corteza, gigantesca brasa incandescente, y empezó a estar habitada. En cualquier caso, siempre hubo en el cosmos una gran cantidad de fenómenos naturales (terremotos, volcanes, ciclones, etc. inter-influyéndose; eso sin contar con epidemias y pandemias que azotaban y diezman de cuando en cuando a las poblaciones).

La tierra es nuestro hogar común, que es uno para todos. Ya sé que esta afirmación es un tópico o lugar común, pero no por evidente es menos interesante. Ha sido y es nuestra casa, muchas veces inhóspita y poco acogedora. Las catástrofes naturales, más o menos cíclicas, han sido inevitables por impredecibles. Pero ha habido y hay otras muchas que fueron y son provocadas por nosotros mismos, con una violencia de altísimo grado contra la propia especie, y por tanto somos corresponsables de ellas. Unas y otras son innumerables.

Aquí y ahora, la Tierra está contaminada y enferma y, ante ello, nos preguntamos: ¿podemos vivir en equilibrio con la Naturaleza y en armonía con nosotros mismos? Partimos de que la paz absoluta no existe, pero depende mucho de nuestra actitud. Y no existirá en modo alguno, si sacrificamos lo más sagrado de nuestra condición, de una manera inconsciente, a la tentación del poder y del dinero.

Algunos grandes líderes del ámbito político, económico y religioso vienen insistiendo en que nos estamos cargando el ecosistema, y hay multitud de organizaciones (IDAE, Ecologistas en acción, Red Natura, Greenpeace, etc), y de “Cumbres del clima”, que tratan de evitarlo, pero que no son más que voces en el desierto. 

Así la Encíclica Laudato sia, del Papa actual, en mayo de 2015, un poco antes de la Cumbre de París, celebrada en diciembre de ese mismo año. Y es que, si nos ceñimos a este momento y lugar, nos sentimos dueños de la Creación -dijo él- y con todo derecho para abusar de ella, cuando no somos más que meros administradores de la misma. No obstante, la esquilmamos sin piedad, y lo que es peor, sin sentido común. ¡Qué desgracia tan proverbial! Las organizaciones, gubernamentales y no, surgieron a causa de la degradación progresiva del medio ambiente. 

  A ver si J. Biden, recién elegido presidente de los EE.UU, revierte las políticas, entre ellas la ambiental, de D. Trump y vuelve a la adhesión al Pacto de París. Lo cierto es que creemos que hemos domesticado a la naturaleza, mientras asistimos, de hecho, a los zarpazos de esta fiera salvaje, que nos va mandando avisos terminantes. Y llegará un momento en que acabe definitivamente por vengarse; no porque sea vengativa, sino porque es la ley natural de autodefensa, que está ahí, como la ley de la gravedad. Vendrá ella entonces a rectificar lo que nosotros hemos torcido alegremente.

Debemos reconsiderar lo importante que es para nuestra vida no maltratar el ambiente que nos rodea, no tirar piedras contra nuestro propio tejado, o no ensuciar nuestro propio nido. El caso es que no hay mes en que la ONU no nos recuerde un día mundial dedicado a uno u otro aspecto vital de nuestro Planeta. Y, sin embargo, tampoco hay día en que, a nivel colectivo, nos comportemos racionalmente con la Naturaleza. Seguimos impasibles, en la misma tesitura de la apatía o la indiferencia y parece como si tantos datos alarmantes hubieran hecho costra en nuestra mente enajenada y dispersa. Pasamos “olímpicamente” de ellos.

Aunque sólo fuera por temor, habría que temblar cuando se desencadenan los desastres naturales, pues se trata de fuerzas telúricas descomunales, ante las que no se admiten súplicas ni réplicas de ningún tipo. Sería mucho mejor prevenir. Y costaría menos.