La gota fría

13/09/2019 - 20:57 Jesús de Andrés

La gota fría ya no se llama gota fría. Ahora es una DANA, es decir, una depresión aislada en niveles altos. 

La gota fría ya no se llama gota fría. Ahora es una DANA, es decir, una depresión aislada en niveles altos. Los meteorólogos se afanan en aclarar las diferencias entre una y otra, pero de poco sirve cuando el término se ha generalizado. Llueve como si cayera el cielo sobre nosotros, cientos de litros por metro cuadrado en zonas donde no cae la décima parte en medio año. Llueve sobre mojado también en la discusión sobre sus posibles causas. Hay quien niega su relación con el cambio climático, incluso quien niega la mayor -pese a las pruebas- apelando a que el clima varía de forma natural de manera constante y a que nuestro planeta ha pasado por eras glaciares y de calentamiento a lo largo de su dilatada historia. Pero esos cambios se miden en una escala temporal geológica, en unas dimensiones difíciles de asimilar para los estrechos límites de una vida humana. En millones de años pueden pasar muchas cosas: que donde había un lago marino surgiera una península hoy habitada por usted y por mí, que los continentes existentes desaparecieran y modificaran su forma gracias a un movimiento tan lento como el que tienen hoy en día, o que aparecieran los mamíferos y se hicieran con el control de la Tierra.

Lo que nunca ocurrió de forma natural es una transformación tan rápida, repentina y seguida en el tiempo como la actual. En lo que llevamos de siglo las temperaturas no han dejado de subir y de batir récords tanto en invierno como en verano. Se deshielan los glaciares, desaparece la nieve, se secan ríos y arroyos. Una transformación tan radical sólo ocurre cuando interviene un agente externo. La naturaleza siempre cambia, lleva modificando la faz de la Tierra desde sus orígenes, pero nunca a este ritmo. Se extinguieron los dinosaurios de la noche a la mañana, pero todo apunta que fue debido al choque de un asteroide cuyas consecuencias impidieron su alimentación. Desaparecieron los grandes mamíferos y las grandes aves, pero está clara la intervención de los primeros seres humanos en su extinción, con quienes disputaban el espacio. Hoy la naturaleza cambia a un ritmo que sólo la acción humana puede explicar. La emisión de CO2, la acumulación de gases en la atmósfera, su efecto invernadero, la desforestación, la excesiva generación de residuos… todo conduce al calentamiento del planeta.

Desde nuestra humilde individualidad podemos dar pequeños pasos para cambiar las cosas, pero hace ya tiempo que llegamos tarde y que son necesarias grandes decisiones que, por su complejidad y enfrenamiento de intereses, es casi imposible que se tomen. Como casi siempre, llegarán las soluciones por imperativo, por inexorable necesidad, cuando no nos quede más remedio. Y posiblemente, entonces, no lo tenga.