La verdad sobre las mentiras

20/01/2017 - 17:20 Manuel Ángel Puga

El egoismo en los adultos, igual que la tendencia a mentir, viene a representar una falta de madurez psicológica.

De manera natural la tendencia a decir mentiras es algo que se va fraguando en la infancia. Niñas y niños suelen decir mentiras, al menos, eso es lo que pensamos los adultos… Sin embargo, muchos psicólogos y pedagogos opinan (opinamos) que no es exacto ni correcto hablar de la mentira infantil. ¿Por qué? Porque para mentir hay que faltar a la verdad a sabiendas, conscientemente, y el niño no falta a la verdad a sabiendas, dado que no distingue bien entre lo que es verdad y lo que es mentira. Hemos de tener en cuenta que los niños, sobre todo si son pequeños, viven inmersos en un mundo de fantasía y fabulación (es la etapa de los cuentos), donde lo irreal se confunde con lo real, la fantasía con la realidad, la verdad con la mentira. En consecuencia, sus “mentiras” no deben ser catalogadas como auténticas mentiras.
    Lo anterior significa que no se deben considerar como mentiras (aplicando el criterio del adulto) muchas de las afirmaciones que el niño hace, al igual que no sería justo castigarle por este motivo. Otra cosa es que esa tendencia a mentir se mantenga en la adolescencia, llegue a la juventud y persista durante toda la vida. Algo que empezó siendo normal y natural se puede convertir en un vicio que siempre será censurado y condenado, al menos, entre las personas de bien.
    Similar a la mentira es lo que ocurre con el egoísmo. Es normal que el niño pequeño sea egoísta, que sólo piense en él; es una exigencia natural para sobrevivir, dada su debilidad. Lo malo es cuando sigue siendo egoísta durante toda su vida y no es capaz de superar la etapa de la infancia. El egoísmo en los adultos, al igual que la tendencia a mentir, viene a representar una falta de madurez psicológica, por cuanto son rasgos propios de la infancia, pero que no desaparecen cuando ésta ha desaparecido. Son adultos anclados en la infancia.
Por otra parte, es bueno advertir que con la mentira ocurre lo mismo que con la droga o con el alcohol: a medida que se van usando se necesita una dosis mayor. Éste es el gran problema del que miente con frecuencia, lo mismo que lo es para el que recurre a la droga o al alcohol. A medida que pasa el tiempo va aumentando el calibre y la complejidad de las mentiras. El mentiroso necesita la mentira del mismo modo que el alcohólico necesita alcohol o el drogadicto, droga.
    Decía Martín Lutero que “la mentira es como una bola de nieve; cuanto más rueda, más grande se hace”. Todos sabemos que esta afirmación es una realidad innegable, que la mentira va de boca en boca y cada uno le va añadiendo algo nuevo. Sin embargo, tanto el dictador Lenin como Goebbels, jefe de propaganda del partido nazi, afirmaban todo lo contrario. Por su parte, Lenin decía: “Una mentira, repetida muchas veces, se convierte en una gran verdad”. Y Goebbels sostenía que “una mentira, repetida adecuadamente mil veces, se convierte en una verdad”. Tanto el uno como el otro llevaron a la práctica esta nefasta teoría. Como vemos, ambos pensaban lo contrario que Lutero, puesto que aseguraban que la mentira repetida muchas veces no sólo no se hace más grande, sino que desaparece para convertirse en una verdad. ¿Quién tiene razón?... Interesante tema para la polémica.
    En un reciente artículo, titulado “Mentir”, la columnista Ángela Vallvey habla de tres clases de mentiras: la civil, la jurídica y la política. Equipara la “mentira civil” al término “postverdad” (no hay una verdad, sólo interpretaciones de la verdad) y dice que siempre fue condenada, pero que ahora ya no se la condena. La “mentira jurídica” es admitida con toda naturalidad, puesto que representa el derecho del acusado a defenderse. Al referirse a la “mentira política” cita a Platón, quien sostenía que el político podía mentir siempre que fuera en interés del Estado. Claro que hoy – asegura la columnista – las cosas han cambiado y el político utiliza la mentira para su propio bien, no para el bien del Estado.
    Al final de su nada despreciable artículo, Ángela Vallvey hace esta interesante afirmación: “La novedad de nuestra época es que el ciudadano reclama el derecho a la mentira civil. Y eso afectará a la mentira política, desenmascarándola, haciéndola (quizás) derrumbarse” (La Razón, 3-12-2016). ¿Estamos de acuerdo con esto? ¿Es cierto que los ciudadanos reclamamos el derecho a mentir? Por otra parte, ¿podrá el ciudadano de a pie condicionar la mentira de los políticos hasta el punto de hacer que se venga abajo, que se derrumbe?... Estamos ante otro tema para la polémica.