Las comuneras
Los lazos que tiende la historia a menudos son invisibles y los que pasan por Guadalajara nos sirven de nexo entre tres mujeres admirables por su vinculación, directa unas veces e indirectas otras con el movimiento comunero y con nuestra provincia.
La pasada semana hizo quinientos dieciséis años de la muerte de Isabel I, un luctuoso acontecimiento que acabó desencadenando un contubernio entre su marido y su yerno, al que años después se unió su nieto, en contra de la reina Juana (nacida seguramente en el castillo de Cifuentes, por cierto) y que más adelante favoreció la aparición de la insurgencia comunera, de la cual en este 2020 se cumple el quintagésimo aniversario de su inicio.
Para ser honesta con quienes nos lean, he de admitir que sobre este hecho histórico mantengo alguna reserva en cuanto a sus causas y propósitos, pero ello no resta mi reconocimiento de la épica de lo acontecido y mucho menos de cómo en ese contexto se desarrolló la vida de varias mujeres a las que admiro.
María Pacheco fue una de las figuras más importantes del levantamiento de las Comunidades, a pesar de lo cual, debido al papel subordinado que tradicionalmente se ha asignado a las mujeres, en muchos textos se la recuerde con el apellido de su marido, el regidor toledano y héroe de la sublevación Juan de Padilla. La también conocida como Leona de Castilla por su coraje y determinación era hija de don Íñigo López de Mendoza, el Gran Tendilla, uno de los hombres más influyentes y poderosos de la época. Aun así, esta noble dama de la estirpe de los Mendoza adoptó el apellido materno para diferenciarse, según parece, de dos hermanas suyas con las que compartía nombre.
Los lazos que tiende la historia a menudo son invisibles y los que pasan por Guadalajara nos sirven de nexo entre tres mujeres admirables por su vinculación, directa unas veces e indirecta otras, con el movimiento comunero y con nuestra provincia a través de sus familias. El caso es que, tras el ajusticiamiento de Bravo, Padilla y Maldonado en Villalar en el año de 1521, María Pacheco se puso al frente de la resistencia comunera de Toledo, negándose a pedir perdón al rey de España y siendo condenada a muerte en ausencia durante su exilio en Portugal.
Pie de foto: Retratos de Dionisio Santiago Palomares, s.XVIII. Propiedad: Biblioteca Regional de CLM.
Nuestra Leona se refugia en la corte lusa, a la que acude acompañada de varios sirvientes entre los que se encontraba su preceptor Diego Sigeo, padre de otra de las protagonistas de este artículo: la gran Luisa Sigea. La presencia del padre en Portugal, que proporcionó una esmeradísima educación a sus hijas, facilita la entrada de las hermanas Ángela y Luisa Sigea como moças de câmara de la infanta portuguesa María Manuela y la reina Catalina. Ambas dominaban tanto las letras como la música, aunque Luisa destacaba más en lo primero y Ángela en lo segundo. Luisa Sigea era una mujer cultísima, asombro de los principales intelectuales de la época, que hablaba varias lenguas, tanto clásicas como modernas, y era una absoluta virtuosa de la retórica poética.
El final de su vida fue, cuando menos, triste. Ella y su esposo entraron al servicio de María de Hungría, hermana de Carlos V, o Carlos I para quien lo prefiera, de la que ya hablamos en el artículo dedicado a «La flamenca y la cremonesa que pintan». María de Hungría, excelente protectora de la cultura y las artes, ya dijimos se enamoró de algún paraje de Zorita de los Canes, donde deseaba edificar un palacio a la vera del Tajo y adonde, suponemos, se llevaría su espléndida biblioteca. Sin embargo, la muerte de su señora deja a Luisa y su cónyuge en desamparo. Suplicó poder entrar en la corte de la joven reina Isabel de Valois, pero su requerimiento no fue atendido. Falleció en 1560, dos años después del óbito de su última señora.
Son tantos los méritos que atesora que me sigue asombrando que su recuerdo no goce de mayor fama, cosa que sí ocurrió en vida de la taranconera. Cuando desempeñé el cargo de directora del Instituto de la Mujer de Castilla-La Mancha, le rendimos nuestro humilde homenaje prestando su nombre a la biblioteca y centro de documentación de ese organismo. Igualmente quisimos honrar a Luisa de Medrano, nombrando así al premio internacional por la igualdad entre mujeres y hombres que fue creado en 2016.
Luisa de Medrano era sobrina segunda de otro los ídolos de Villalar, Juan Bravo, por parte de padre, quien a su vez era primo de María Pacheco y Mendoza por la línea de su madre. Atencina de nacimiento, esta mujer de enigmática vida fue posiblemente la primera fémina que ocupó una cátedra de universidad, en concreto la de Salamanca (en la que su hermano Luis llegó a ser rector), situación excepcional pues, salvo unas pocas privilegiadas, las mujeres tenían vedado el acceso a la sabiduría en general y mucho más a las universidades. Admirada por su erudición, Lucio Marineo Sículo, catedrático primero e instructor de los jóvenes nobles de la corte después, atribuía a Luisa Sigea «diligencia y aplicación no la lana sino el libro; no el huso sino la pluma; no la aguja sino el estilo».
En fin, que la causa comunera puede tener su controversia, con adhesiones y cuestionamientos, pero en torno a ella vivieron estas tres espléndidas mujeres que, con la vindicación que hoy publicamos, deseamos quitar algo del polvo del olvido que cayó sobre su memoria.