Marta y la Tarasca


La historia de la Tarasca es bastante insólita, ligada a una santa poderosa. Es la de una fémina que usó sus poderes para un bien común.

La semana que viene serán días de Corpus Christi, jueves o domingo, según el caso, en los que muchas ciudades y pueblos engalanarán sus calles para ensalzar la custodia de Jesús Sacramentado y reivindicar el significado que esta efeméride tiene para las personas creyentes en la fe católica. Hasta quienes nos sentimos más bien agnósticas, pero que disfrutamos con las costumbres de nuestra tierra, esta festividad nos parece espléndida, aunque no tenga la indiscutible hermosura de un Corpus toledano.

Hará ya veinte años −y si no, poco faltará− que mi querida Josefina Martínez Gómez, la gran concejala de la cultura popular de nuestra ciudad, rescató la figura de la Tarasca, un ser fantástico que en muchos municipios (como es el caso de la mencionada ciudad de Toledo) desfilaba en las vísperas del Corpus acompañada de gigantes y cabezudos para asustar a las criaturas y divertir a los adultos; y es que ya lo dice un refrán que leí en una columna del periódico alcarreño Flores y Abejas de 1896: «no hay función sin tarasca».

La historia de la Tarasca es bastante insólita y, además, está ligada a un santa poderosa o, como se diría ahora, empoderada. No se trata de una virgen mártir, ni de una mujer sumisa y abnegada, sino de una fémina que usó sus poderes para un bien común como vamos a ver. Cuenta la leyenda que Marta −hermana del resucitado Lázaro y de María de Betania, de quien se piensa que podría ser la verdadera María Magdalena− se trasladó junto su familia desde Galilea a la Provenza francesa tras la muerte de Jesús, instalándose en el lugar de Tarascón.

Tarasca diseñada por Leonardo Alegre en 1672. ARCHIVO DE LA VILLA DE MADRID.

Resulta que allí habitaba un monstruo similar a un dragón un tanto aberrante (con panza de buey, patas de oso, cabeza de serpiente...) que arrasaba las cosechas y atemorizaba a la población. Marta no se arredró y antorcha en mano se dirigió al bicho rociándolo de agua bendita mientras elevaba oraciones a Cristo. Al fin consiguió dominar a la alimaña, a la que ató al cinturón de su vestido y llevó, dócil y vencida, a la ciudad a la que tantos males había ocasionado. Es por ello que una de las representaciones más encantadoras de santa Marta fue la de esta sometiendo al dragón −emblema del mal−, a pesar de que esta hazaña también se atribuya al jefe de los ejércitos celestiales, el más varonil arcángel san Miguel.

Las antiguas procesiones del Corpus no solo tenían una dimensión devota, sino que aunaban el fervor religioso con la alegría propia de las celebraciones primaverales. Así, releyendo crónicas del Madrid del siglo XVII observamos que al cortejo religioso precedía un desfile muy divertido cuya protagonista era la Tarasca, el mismo bicho al que se enfrentó santa Marta. En algunas ciudades como Madrid, la Tarasca tenía un mecanismo que al accionarlo hacía que por su boca escupiera agua a los viandantes e, incluso, les arrebatara el sombrero. Además, a lomos de la bestia iba montada una especie de maniquí femenino (en algunos lugares llamada Tarasquilla), sin duda reminiscencia de lo que mucho tiempo atrás fue santa Marta.

La cabalgata de la Tarasca llegó a ser tan jacarandosa que Felipe III decidió recortar su recorrido, sin bien Felipe IV la reinstauró plenamente a demanda de los madrileños hasta que más adelante, durante el reinado de Carlos III, fuera prohibida por impía. A comienzos del siglo XX en muchas localidades volvió a rehabilitarse la Tarasca, como fue el caso de Guadalajara en 1910. Nuevamente en Flores y Abejas se anuncia que el Ayuntamiento alcarerreño «bajo el nombre de cabalgata histórica, reproducirá con toda fidelidad la antigua Tarasca».

Además de lo dicho, la Tarasca y su domadora, santa Marta, cuentan con otras interesantes curiosidades. Su personalidad intrépida y defensora del bien hizo que Marta a menudo fuese invocada por las hechiceras, muchas de ellas de origen morisco, para que protegiera a sus clientas de las distintas formas de maltrato que les infringían sus parejas. De hecho, en casi todos los procesos de la Inquisición por brujería o por la práctica de magia morisca aparecen invocaciones y conjuros relacionados con santa Marta, como por ejemplo el siguiente: «Señora santa Marta, digna sois y santa, de mi señor Jesucristo querida y amada en el monte de los Olivos. Entrasteis con la tarasca, encontrasteis con la cinta de vuestra santísima cadena, la atasteis con vuestras palabras santas, la conjurasteis y la ligasteis. Así como esto es verdad, me otorguéis mi necesidad».

Por otra parte, ese personaje que en las comitivas iba subido sobre la Tarasca y que evocaba a santa Marta marcaba la moda femenina de la temporada. No es broma. Las modistas y sastres vestían a la muñeca con el estilismo en boga y así lo expresaba una popular seguidilla madrileña: «Si vas a los Madriles, día del Señor, tráeme de la Tarasca, la moda mejor. Y no te embobes, que han de darte en la cara lo mojigones» (los mojigones eran una suerte de botargas que portaban vejigas con las que daban a las niñas y niños).

Pues ya lo ven, hasta las acontecimientos más piadosas pueden esconder ritos profanos. Si acuden a ver la Tarasca, que ahora sale en la víspera del Corpus y no en la misma procesión como antaño, acuérdense de esa santa valiente y de los valores que encarna. Marta, mediadora de las hechiceras y protectora de las mujeres.