Las luces de los alcaldes

09/12/2017 - 20:40 Antonio Yagüe

En mi pueblo la única luminosidad extra de Navidad era la hoguera de Nochebuena.

Cuentan las crónicas que el alumbrado navideño en España, emulando al neoyorquino, tuvo su origen en el penurioso Madrid de la posguerra. La instalación y el encendido de tres grandes farolas el 21 de diciembre de 1962 le valió a José Finat y Escrivá el sobrenombre, con sarcasmo fino, de “el alcalde de la luz”. Los cronistas titularon A las ocho de la noche salió el Sol en Callao y En la plaza del Callao no se pone el sol.
    En el siglo XIX el único motivo navideño eran unos candiles de luz mortecina. Los periódicos narran que los madrileños para gastar una broma a los forasteros ingenuos les decían que iban a llegar los Reyes Magos y que repartirían monedas de oro y plata. Con la intención de encontrarles, la muchedumbre acompañaba a los inocentes tocando latas y cencerros por todo Madrid hasta el anochecer, cuando la capital se iluminaba con hachones. La burla duraba hasta el amanecer y terminaba en alguna taberna donde se cachondeaban de la credulidad de los despistados buscadores de oro y les vaciaban los bolsillos. El alcalde decidió acabar con la crueldad de estas chanzas y en 1882 ordenó multar a quien saliera a dar con los Magos de Oriente.
    Nada que ver con los 5,5 millones de euros que ha invertido este año Manuela Carmena en vistosos diseños para alumbrar la ciudad. Incluidas las céntricas calles unidireccionales para conducir peatones a modo de rebaño, mofa de media Europa. Lejos también de las 750.000 bombillas que iluminarán las noches toledanas, las 2.750 lamparazas sobre árboles en Zaragoza o los 1.950.300 leds que darán luz en Guadalajara. Todo alcalde que se precie echa el resto estos días creyendo quizá que con esta iluminación extraordinaria se embellecerán sus sombrías cuentas y se abrillantará su mediocridad.
    En mi pueblo la única luminosidad extra de Navidad era la hoguera de Nochebuena. Además calentaba a la gente, ya entrada la noche, tras la atosigante ‘jumera’ mientras crepitaba la sabina verde. La especial se limitaba a una bombilla gorda que el tío Guillermo colocaba en el frontón por San Isidro para clarificar el baile. El día de San Pascual reponía la anterior y la aplicaba hasta el año siguiente. Para evitar que se fundiera y “gastar a lo tonto”. Un alcalde con muchas más luces y sentido común.