Lluvia en la Sierra

20/09/2016 - 21:20 Luis Monje Ciruelo

Cuando los hombres y mujeres del Tiempo anuncian desde la tele lluvias en la Ibérica o en las montañas centrales me dan ganas de coger el coche y  a cualquier otro pueblo del norte de la Sierra Norte porque es probable que allí llueva.

Cuando los hombres y mujeres del Tiempo anuncian desde la tele lluvias en la Ibérica o en las montañas centrales me dan ganas de coger el coche y marcharme a Galve de Sorbe, Campisábalos, Villacadima o a cualquier otro pueblo del norte de la Sierra Norte porque es probable que allí llueva, aunque en la capital y Campiña Baja no caerá ni una gota. Con tanta sequía ya no nos importa que el agua nos llegue por medio de tormentas, que no es la mejor manera de recibirla, dado el temor que inspiran a muchas personas, incluso terror recordando casos mortales ocurridos en la provincia. Tal ocurrió en Mondejar en mayo de 1959 en que un rayo mató tres caballerías y dejó sin conocimiento durante varias horas a cinco peones que escardaban en el paraje La Hondonada, a unos siete kilómetros. Todos se recuperaron a los pocos minutos menos el más joven, de 23 años, Julián Molina, al que dieron por muerto, aunque varias horas después volvió en sí en su casa casi a la vez que su madre, desvanecida al creer, como todos, que su hijo había muerto. Parece que el bamboleo boca abajo del presunto cadáver sobre el borrico durante el regreso al pueblo hizo de respiración artificial. A uno de los peones el rayo le marcó en la espalda una figura en forma de pera y a otro le desapareció un calcetín sin tocarle la bota.  En  Albendiego, un rayo cayó en la taberna, mató a uno que estaba jugando sin tocar a nadie más ni hacer daños. En un pueblo alcarreño un rayo tuvo una rarísima trayectoria: penetró por una ventana, pasó por una habitación en que había varias personas sin tocar a nadie, mató una caballería en la cuadra y en la cocina hizo arder el aceite con que se iba a freir un huevo. La cocinera se desmayó, pero resultó ilesa. En Almadrones, en el verano de 1957, dieron por muerto al electricista a consecuencia de un rayo, pero recobró el conocimiento cuando le estaban dando la triste noticia a su mujer. Perdió un brazo, que le fue amputado en Guadalajara, pero conservó la vida. En Abánades, un vecino que estaba levantando un barbecho con su yunta bajo un cielo de nubes oscuras fue a recoger unas mantas que había llevado para proteger las caballerías si llovía y al volver, un rayo carbonizó a los dos animales y a él le hizo perder el conocimiento, que recuperó minutos después. Así que tendré que repensarme el deseo de que la lluvia nos llegue por medio de tormentas, aunque en la capital estamos protegidos por los pararrayos.