Los abuelos como recurso inmediato
Y todo esto considerado en el mejor de los casos, pues hablamos de familias normales, no de familias rotas, que por desgracia también se cuentan por miles en nuestra sociedad, en las que la solidaridad familiar debe resultar mucho más complicada.
La violencia con que la crisis socioeconómica viene presionando sobre millones de españoles durante los diez últimos años, está sirviendo de obligado refuerzo a los tradicionales vínculos que por definición deben existir entre los miembros de la familia, primera y principal de las instituciones humanas y base de todas las demás. Leí hace tiempo el resumen de un estudio, realizado por Gerardo Meil, Catedrático de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid, en el que entre otras conclusiones, extraía como resultado que la solidaridad es un valor en alza, en el sentido de que la crisis ha conseguido que las familias se conviertan en un fondo social, dispuesto a solucionar los acuciantes problemas en los que se ven inmersos algunos de sus miembros. En este caso los hijos en paro.
La nueva forma de desenvolverse en la sociedad actual: mejor alimentación, higiene adecuada, avances de la Medicina, y otras causas más que han venido a favorecer la condición de vida de los ciudadanos, han hecho posible que, llegado el momento de la jubilación, una gran parte de las personas se reencuentren en condiciones medianamente aceptables de colaborar en apoyo de la familia, atendiendo a los pequeños cuando sus padres trabajan, y así cooperar, cuanto les es posible, con esas ramas del mismo árbol como lo es la familia de sus propios hijos; un hecho que se ha venido y considerando natural en nuestra cultura por años y siglos.
Pero llegó el momento para millones de españoles en que las cosas, como consecuencia de la anómala situación, han llegado a alcanzar límites insospechados debido a la falta de puestos de trabajo, hasta el punto de que sean más de un millón las familias de nuestro país las que se encuentran sin trabajo remunerado ninguno de sus miembros, sin que tengan otra solución para subsistir que la de acudir a los ingresos por jubilación de los abuelos, y en no pocos casos a los comedores de Cáritas, o a las parroquias católicas en busca de alimentos. Una alarmante tragedia, a la que ni a nivel particular, y mucho menos estatal, se deben cerrar los ojos. Y todo esto considerado en el mejor de los casos, pues hablamos de familias normales, no de familias rotas, que por desgracia también se cuentan por miles en nuestra sociedad, en las que la solidaridad familiar debe resultar mucho más complicada.
Cuando la fronda de la abundancia desaparece y las hojas del árbol se caen, se deja ver el nido. El nido, símbolo del calor familiar, permanece aun en las peores circunstancias, entre el cruce de ramas.