Sigüenza, siempre con los refugiados
El caso es que Sigüenza vuelve a estar ahí. Lleva décadas estando al lado de los que más la necesitan.
Una nueva crisis ha aparecido en este verano de la vergüenza. Son muchos los problemas que enfrentar durante estos meses de calor del II año pandémico. La tragedia de los refugiados de Afganistán se suma a la crisis climática, el desastre ambiental del Mar Menor, la insoportable subida de los precios de la electricidad, la cuestionada expulsión de los menores marroquíes de Ceuta... Pero hoy toca analizar esa crisis, con mayúsculas, la que están viviendo en Afganistán miles de personas que intentan subirse como sea a los aviones que los países occidentales, entre ellos España, llevan días fletando. Son muchos los que lo han conseguido y están ahora no ya sólo en la base militar de Torrejón de Ardoz, sino en centros de acogida como el que Accem gestiona desde hace tres décadas en Sigüenza. Allí han llegado recientemente dos familias que suman 13 miembros en total. Y esa llegada representa la esperanza para esos huidos del terror talibán después de dos décadas de guerra que no han servido para nada. Como tantas otras veces, lamentablemente. El caso es que Sigüenza vuelve a estar ahí. Lleva décadas estando al lado de los que más la necesitan. De aquellos que huyen de una muerte segura, de una vida en silencio, de palizas, de torturas..., pero también de los que huyen de la miseria. Porque el centro de Accem tiene plazas para protección internacional y para inmigrantes llegados a Ceuta, Melilla o Canarias. Ésos que no dudan en subirse a una patera y lanzarse al mar. Embarazadas, niños, enfermos... Nada les para cuando lo que se atisba en el horizonte es el futuro. Sin más. Ahora, estos refugiados procedentes de Afganistán copan todas las portadas informativas. No es para menos. Estos días estamos siendo testigos de la crónica de un fracaso anunciado. El fracaso de la comunidad internacional en su intento por democratizar un país con demasiadas diferencias y con demasiados atractivos para la corrupción. Las víctimas son las de siempre. Por suerte, Sigüenza abre de nuevo sus brazos para intentar –que ya es mucho– ofrecer una nueva vida a aquéllos que un día puede que se la salvaran a los militares o funcionarios españoles que trabajaron en el terreno.