Tías

15/12/2018 - 17:47 Marta Velasco

Creo que es urgente estudiar y ampliar las medidas de apoyo a la maternidad, porque sociológica y económicamente vamos de cráneo sin niños.

Hoy hace un día invernal, los brezos de la terraza sonrojándose, la flor de pascua aterida y el cielo escondido tras la niebla, he tenido un anticipo de la antigua navidad y me he acordado con nostalgia de mis tías.  Actualmente tengo sólo una -“de cariño” que llaman en Sudamérica a las que aquí lo son por matrimonio- con la que comparto tertulia las mañanas de verano, bajo el tilo que da sombra en la piscina. Culta, divertida, lectora empedernida de todo lo que sube a su e-book, le prestan o le regalan, lo mismo habla con conocimiento de la guerra de los Balcanes que del Horizonte de los Sucesos; amante de la buena música, del cine, el futbol o el tenis.  Ella avanza por los noventa con un espíritu moderno, es la memoria de la familia y de la historia.

Mi madre fue la séptima de once hermanos, así que mi infancia estuvo animada por una familia numerosísima y, sobre todo, por mis tías, unas maravillosas y generosas mujeres que me proporcionaron cuidados, caprichos, primos-hermanos y mucho chocolate.  Mis tías solteras repartían invitaciones para todo: pensión completa, preciosos jerséis, bizcochos, cuentos y jarabes si estábamos resfriados. La hermana de mi padre, que vivió en Paris y que nos miraba con suficiencia, fue una mujer indómita y salvaje, vistió el primer bikini que se pudo ver en Sigüenza, ciudad mitrada, causando sensación, y siempre me sentí muy orgullosa de ella. Oh, la lá.  Sin mis tías mi vida hubiera sido mucho más aburrida.

Los tíos nos hacían un caso más esporádico; si se hartaban de nosotros nos mandaban a jugar con los perros: Los niños con los perros, decían, y allí que nos íbamos todos sin rechistar, pero en verano nos llevaban de excursión a Baides, o de pesca o a los fuegos artificiales. 

 Lo cierto es que hace unos años era fácil encontrar grandes familias, a menudo con el sacrificio de la madre, que se quedaba en casa, y del padre que hacía horas extras para mantener a tanta prole, pero ahora los niños tienen menos hermanos y una corta familia para tanta atención como necesitan. Los chicos de mañana tendrán con suerte un hermano, una o ninguna tía, pocos primos y unos padres atareados, cansados y condescendientes en dejarles la tablet y los móviles para entretenerlos. Y que no falten los abuelos, remediadores de casi todos los imprevistos. Las familias serán cada vez más pequeñas, los niños más solitarios y los pueblos más despoblados.

 Creo que es urgente estudiar y ampliar las medidas de apoyo a la maternidad, porque sociológica y económicamente vamos de cráneo sin niños. Las mujeres deciden en libertad si quieren tener hijos o no, y cuántos, pero, si quisieran ser madres, habría que darles un fuerte apoyo presupuestario para que puedan criarlos, educarlos y conservar su trabajo y su independencia económica. Porque invertir en niños, en educación y en familias es invertir en un futuro más próspero y feliz.