170 años de Concordia... y discordia
Los impulsores de la creación del parque de la Concordia fueron el entonces alcalde, Francisco Corrido, del partido moderado, y el gobernador civil , José María Jáudenes, que había sido embajador de España en Washington.
El pasado día 13 de junio se cumplieron, exactamente, 170 años de la inauguración del que es y llamamos en Guadalajara parque de la Concordia, pero que en su etapa inicial fue nominado como paseo pues su primer diseño y concepto estuvo más por ser lugar de paso que de estancia. No haría falta decir, pero lo digo para enfatizarlo, que pese a que en la capital de la provincia abundan las zonas verdes-oficialmente el ayuntamiento estima su superficie total en más de dos millones de metros cuadrados-, la Concordia no solo es su parque histórico y central, sino la referencia en verde para la ciudadanía y el jardín público de todos los que no tenemos jardín privado, aunque, evidentemente, también lo es de quienes sí lo tienen. La Concordia es mucha Concordia, así, con mayúscula, aunque Guadalajara, como es sabido, no siempre ha sido un lugar de concordia, algo que veremos en la parte final de este artículo. Les anticipo, porque es justo así hacerlo, que este Guardilón se documenta en gran parte en la sobresaliente obra de mi admirado y querido amigo, el gran historiador local, Pedro J. Pradillo y Esteban, titulada “El paseo de la Concordia. Historia del corazón verde de Guadalajara”. Este libro, magníficamente editado en 2015 por Aache-como es costumbre en esa casa que, en buena hora, fundara otro querido y admirado amigo, Antonio Herrera Casado-, recoge el estudio más y mejor documentado sobre la historia de la Concordia, con sus antecedentes y consecuentes, y puesta en paralelo con la propia vida local de los últimos 170 años.
Los impulsores de la creación del parque de la Concordia fueron el entonces alcalde de la ciudad, Francisco Corrido, y el gobernador civil, José María Jáudenes. Este último había sido previamente embajador de España en Washington y, tras ser durante un tiempo la máxima autoridad del Estado en la provincia de Guadalajara, también lo fue años después en la de Granada. Este fue un hombre, por cierto, muy aficionado a la botánica, algo que sin duda influyó en el impulso que dio a la creación de la Concordia, cuyo nombre él mismo propuso-más bien, impuso-al ayuntamiento. Además de ser aficionado a la botánica, filántropo y una persona de largo recorrido diplomático y político, Jáudenes también evidenció tener cierta inclinación a la auto-adulación, hasta el punto de que ordenó al consistorio que las calles que circundaban el recién creado paseo llevaran su propio nombre. De hecho, el callejón que une la actual plaza de María Pacheco con la travesía de San Roque, continúa llamándose Jáudenes. Si, como decía un exlibris de un libro de antiguo que cayó en mis manos, lo que va a ser va siendo, parte de lo que fue, aún sigue siendo.
Como decíamos, la idea de construir el paseo de la Concordia partió del entonces alcalde Francisco Corrido, del partido moderado, quien poco después de llegar a la alcaldía en sustitución de Juan Manuel Miranda Abreu, promovió una batería de reformas para la ciudad por importe total de 400.000 reales de vellón, que no era moco de pavo, precisamente, y menos aún para un consistorio de ajustados recursos como era entonces el arriacense. Entre las actuaciones de mejora que Corrido quiso llevar a cabo en la ciudad poco después de acceder a la alcaldía, estaban la mejora de la traída de aguas, la demolición de algunas manzanas de viviendas deterioradas entre la puerta de Zaragoza (Bejanque) y el Fuerte, incrementar la vigilancia del Monte Alcarria pues eran continuas las cortas furtivas en él y acometer un proyecto general de mejoras para renovar y dinamizar el casco urbano, en el que se incluía, entre otras actuaciones, crear un “… gran Paseo de las Heras (sic) grandes de la Carrera”, según consta literalmente en las actas municipales. Efectivamente, en el espacio que vino a ocupar en 1854 el, primero, paseo, y después y ya para siempre, parque de la Concordia, estaban las llamadas “Eras Grandes”, donde se solían realizar las tareas agrarias propias de la trilla y el almacenamiento temporal de paja y grano después de la cosecha. Recordemos que la zona suroccidental de estas eras se situaba al lado del llamado arrabal de Santa Catalina-cuya ermita se ubicaba en el terreno que ahora ocupan unas viviendas entre las calles Nuño Beltrán de Guzmán y Padre Félix Flores- barrio tradicionalmente ocupado por agricultores. Antes de expropiar el ayuntamiento el suelo necesario para acometer el acondicionamiento de la Concordia, el espacio de las Eras Grandes lo atravesaban dos sendas en forma de aspa: una que unía la zona del arrabal de Santa Catalina con la actual calle Marqués y otra que enlazaba la Carrera con la actual calle de Jáudenes. Finalmente, un paseo arbolado unía la plaza de Santo Domingo con San Roque. Llegados a este punto, cabe recordar que, además de la Concordia, entre 1830 y 1864 se habilitaron en la ciudad varias zonas ajardinadas que, previamente, eran simples plazas o espacios abiertos sin ningún tipo de foresta: la de San Nicolás (Jardinillo), en 1830; la de Beladíez, en 1835; la de la Plaza de la Fábrica (hoy de España), en 1844; el paseo de las Cruces, en 1847, y el de San Roque, con un par de actuaciones, una en 1862 y otra en 1864.
Proyecto original del Paseo de la Concordia. Plano de Ángel Rodríguez de Quijano, 1854.
Francisco Corrido apenas tuvo tiempo de crear el parque de la Concordia e iniciar el resto de trabajos de reforma que tenía para la ciudad porque su mandato en la alcaldía se inició y concluyó en el año 1854. En 1856 volvió a ser alcalde durante unos meses. El proyecto y presupuesto del paseo que después devino en parque, finalmente cifrado en 30.000 reales de vellón, fue elaborado por el entonces capitán de Ingenieros, Ángel Rodríguez de Quijano y Arroquía, quien obtuviera el despacho de teniente formando parte de la decimosexta promoción de la Academia de Ingenieros, establecida en Guadalajara desde 1833. Cuando hizo el proyecto del parque estaba en ella destinado como profesor. La extensión del nuevo espacio verde con el que se iba a dotar la ciudad era de 3 hectáreas, unos 30.000 metros cuadrados que, entonces, representaban el 7 por ciento de su superficie total. Sin duda, un dato que revela la trascendencia histórica y social de aquella actuación para el urbanismo y la calidad de vida locales.
El ayuntamiento acordó en enero de 1854 crear este paseo, un mes después lo aprobó el gobernador civil Jáudenes y ya consiguió que se llamara de la Concordia “en testimonio de la que felizmente reina en esta Muy Noble y Leal Ciudad”, propuesta asumida por el consistorio. La concordia a la que se refería Jáudenes tenía más que ver con su intención, no exenta de propagandismo político, de transmitir públicamente a la ciudadanía que el entendimiento y la paz reinaban en España en ese momento, gracias al presidente del Consejo de Ministros, el conservador Conde de San Luis, cuando en realidad éste estaba gobernando por decreto tras disolver las cámaras e inaplicar la Constitución de 1845, al tiempo que perseguía a los miembros del partido moderado, precisamente el del alcalde Corrido. O sea, que lo de la concordia, así, con minúsculas, era un bulo político, pero, con mayúsculas, pasó a ser el más bonito nombre que un parque pudiera tener. De hecho, apenas tres semanas después de inaugurarse el paseo de la Concordia, la concordia dejó de reinar en España, y por ende en Guadalajara, al producirse la denominada “Vicalvarada”, la revolución de 1854 que encabezó el general O´Donnell y así llamada porque fue precisamente en Vicálvaro donde sus tropas se sublevaron y enfrentaron con las gubernamentales del Conde de San Luis. Aquellos días revolucionarios de julio de 1854, la Concordia era el nuevo paseo que se había dado la ciudad un mes antes, pero la discordia y la zozobra tomaron las calles, hasta el punto de que se decretó el estado de excepción, una de cuyas consecuencias fue que el mismísimo gobernador Jáudenes y otros representantes del Estado tuvieran que refugiarse en el Fuerte de San Francisco temiendo por su seguridad.
El ayuntamiento, para garantizar el orden en la ciudad en aquellos momentos, creó una comisión permanente que, entre otras disposiciones, ordenó la formación de rondas nocturnas conformadas por un teniente de alcalde, cuatro regidores, ocho vecinos y dos alguaciles; además, se requirió al contratista del alumbrado público —en ese tiempo, aún de aceite— que mantuviera encendidos todos los faroles durante la noche, “hubiera luna o no” (sic). Y, por supuesto, se ordenó cerrar las tabernas y demás locales donde se sirviera vino, aguardiente y otros licores para evitar mayores calentamientos de ánimo… O sea, aquel tiempo de julio de 1854, hace ya 170 años de ello, trajo mucha Concordia a Guadalajara y España, al tiempo que discordia.