Algarga
Algarga, sitio de la Baja Alcarria, en plena ribera del río Tajo y término municipal de Illana. Os cuento sobre este lugar.
Hubo un tiempo en el que quien esto escribe, después de haber conocido medianamente bien los cuatrocientos y más pueblos de Guadalajara y de haber escrito sobre todos ellos, nada le faltaba saber de la provincia. Muy pronto me di cuenta de que estaba en un error lamentable, de que Guadalajara era mucho más que los varios centenares de municipios que pudiera tener. Ello fue cuando alguno de mis amigos me invitó a conocer Algarga, sitio de la Baja Alcarria, en plena ribera del río Tajo y término municipal de Illana, del que el Diccionario de don Pascual Madoz considera como “Dehesa situada a la margen derecha del río Tajo, con el que linda por el norte y el oeste. Tiene unas 2.070 fanegas de tierra, de las que se cultivan 1.150, y de éstas, 620 son de primera clase y 930 de segunda; las restantes se hallan eriales. Produce cereales y algún esparto en las laderas que confinan con el término de Leganiel. No hay casa ni choza, a excepción de la solapa de una peña, debajo de la cual pueden encerrase 500 ó 600 cabezas de ganado. Fue propiedad de una encomienda de la orden de Calatrava, pero vendida en el año 1841 como bienes nacionales, se tasó en 650.000 reales y se remató en 2.710.000. En ella se fijó el hito de la barca del molino de Maquilón, por cuyo servicio cobraba el dueño 12 fanegas de trigo al año”. La información parece ser bastante concreta, concisa y completa, como para hacernos una idea, más o menos exacta de lo que aquello pudo ser.
Del primitivo lugar de Algarga apenas queda señal alguna, aparte del nombre; sí, en cambio, de las colonias de San Joaquín -pueblo, aldea, caserío- en tierras de Illana. Aquellos campos, en una extensión no menor a las ochocientas hectáreas, pertenecieron hasta la década de los años sesenta del pasado siglo, al señor conde de Cumbrehermosa, quien las repartió gratuitamente entre los ocho colonos que las habían estado trabajando en alquiler durante los últimos veinte años, pasando a ser desde entonces propietarios de cien hectáreas de terreno cada uno. Campos que casi todos ellos vendieron después para la urbanización y abandonaron el sitio.