Bulos a destajo
Cuando llegan elecciones o catástrofes como la de Valencia se disparan los bulos, patrañas o ‘fake news’ que multiplican el desconcierto y el miedo.
Desaparecidos a miles, garajes cementerio, falsas alertas, presas voladas, vídeos descontextualizados…
Vivimos en la edad de oro de los bulos, disparados por las redes sociales por influencers, pánfilos y abundantes pseudoperiodistas que los comparten. Lo peligroso es que las teles y los medios tradicionales se han apuntado a la rumorología para conquistar el interés del público. O eso creen.
Tampoco son nada nuevo. Contaba el amigo y cronista oficial de Madrid Ángel del Río que un bulo (del caló, porquería) acabó a mediados del XIX con el famoso café Cervantes, ubicado en la calle Alcalá.
Alguien había propagado que la leche con fama de ser muy sabrosa que allí se despachaba a los clientes, era suministrada por la casa de una marquesa de belleza singular y excentricidades notorias, que la utilizaba para bañarse en ella y después servirla al ilustre local.
Nunca se demostró la existencia de ninguna noble aficionada a esos baños. Pudo ser algún retorcido cerebro de la competencia que lo ideó y difundió con ánimos de hundir al café. Así ocurrió. Incluso los que no creyeron que fuera cierto dejaron de ir, por si acaso.
Los bulos más expandidos buscan el morbo, el sexo, la muerte, la alimentación, animales misteriosos, famosos… Estos días se ha intentado vender como verdad la mentira de una relación de Raffaella Carrá con Juan Carlos Carlos I, con el objetivo de estirar el chicle de sus amantes tras el ’show’ con Bárbara Rey.
Con todo, canta el oportunista intento del Gobierno, controlando la audiencia y la publicidad, de defendernos de la levítica «máquina del fango» que los esparce. Como si los ciudadanos no supiéramos distinguir un bulo de una noticia manipulada.