Educar con criterio
La mente de los adolescentes se debate entre la razón y la emoción, la euforia y el abatimiento, atraviesan una tormenta de estrógenos y progesterona las chicas, y de testosterona los chicos.
Los adolescentes no están indefensos ante sí mismos, atraviesan una etapa importante, no temible.
Cuando elogiemos y reforcemos que sea basado en aspectos específicos, las sanciones han de ser efectivas, cuidando de forma anticipada los posibles “daños colaterales”.
Desde el autocontrol de los padres, no confundamos en los hijos la autoestima, con el narcisismo. Junto a la adquisición de la autonomía, dotémosles de valores morales, cívicos, y enseñémosles a trabajar la propia subjetividad desde la empatía.
Los adultos hemos de desarrollar la capacidad para detectar problemas, hablemos con nuestros adolescentes basados en hechos, no en temores, reforcemos la conducta disciplinada y cuando nos cuenten sus preocupaciones, agradezcámosles su confianza.
Anticipemos que la exploración es parte fundamental de la adolescencia, que tienen ideas, pero carecen de experiencia, que exploran distintas identidades, que pueden mostrarse muy incongruentes, que consideran que son la única persona en el mundo que está en su situación, además piensan en quienes son, y en quienes gustarían ser. Todo ello conduce a inconsistencia en su comportamiento y cambios de humor imprevisibles, también para ellos.
A los adolescentes les importa la relevancia, ser relevantes, necesitan elogio y reconocimiento, han de captar que sus padres rechazan algunos de sus comportamientos, pero en todo caso, les quieren.
En general son radicales, extremos, carecen del término medio, de la prudencia, sufren miedos y temores, les influye sobremanera el “qué dirán” (su grupo de iguales).
Se sienten extremadamente interpelados, en principio y dado que son muy influenciables viven con ideas ajenas, por lo que hay que incitarles a que piensen por sí mismos.
Su mente se debate entre razón y emoción, entre euforia y abatimiento, atraviesan una tormenta de estrógenos y progesterona las chicas, y de testosterona los chicos, pero siempre ha habido adolescentes competentes.
Nuestros hijos nos necesitan más que nunca, como fuente de referencia, arbitremos horarios lógicos en el hogar y planes para los fines de semana como la visita a los abuelos, la comida en familia…
Necesitan afirmarse. Molestan, pero no buscan dañarnos. A veces se muestran insoportables, pero nos quieren. Ocasionalmente se muestran adormecidos y a veces hiperactivos.
Aprendamos también de nuestros hijos, transmitamos ilusión por la vida, por nuestra vida. Hagámosles saber que los hijos son importantísimos, pero no la razón de nuestra vida (no les carguemos con esa mochila emocional).
Reforcemos las conductas que se acercan a lo deseable, no utilicemos expresiones que van directas a la yugular, pensemos juntos alternativas, pues no estamos en dos trincheras. Repito, no nos hagamos el mayor daño posible, lo dicho no tiene retorno.
El 80% de los adolescentes dicen estar a gusto con la vida. Hemos de sentarnos cara a cara, para converger en lo mucho que nos une, en lo mucho que nos queremos, y recordar que la distancia más corta es la sonrisa franca.
Cultivemos el equilibrio emocional y rebajemos la equívoca admiración por uno mismo. Hemos de erradicar el narcisismo, y enseñar a dialogar, a debatir, a discutir.
Los padres, y por serlo, son inicialmente la referencia, la piedra de bóveda, es desde la familia, que se ha de aportar encuadre y estructura.
Los adultos vemos con fascinación y rechazo ese tiempo de transición que se balancea entre la euforia y la apatía, y que cuestiona a los padres, más ahora que la socialización de los adolescentes es más compleja, pues parte de su identidad es digital.
Los adultos, hemos de contener nuestra frustración ante el distanciamiento de los hijos, expliquémosles que deseamos comunicarnos con ellos. La clave está en escucharles con interés, hablemos de sus aficiones, de sus motivaciones, permanezcamos presentes, validemos sus sentimientos, compartamos preocupaciones, vicisitudes. Tomémosles en serio, y que nos perciban sinceros.