El evangelio según Sampedro

29/08/2017 - 12:26 Jesús de Andrés

Recordaba hace poco Carmelo García, también economista y vicerrector de la Universidad de Alcalá, que Sampedro decía que él estaba “con los de mañana”.

 Se celebra este fin de semana, en Taravilla, la vigésima primera edición de la Fiesta Ganchera del Alto Tajo, organizada por la asociación de municipios que reúne, además de al anfitrión, a los de Peñalén, Peralejos de las Truchas, Poveda de la Sierra y Zahorejas. Este año la fiesta será especial por coincidir con el centenario del nacimiento de José Luis Sampedro, quien escribiera en 1961 El río que nos lleva, novela que tuvo la virtud de evocar un oficio perdido hace décadas –poco antes de la Guerra-, forjar año tras año una tradición en torno a esta celebración e inmortalizar un paisaje como sólo la literatura puede hacerlo: recreando una realidad, convirtiéndola en símbolo y conformando a partir de él una memoria que se erige en biografía de ese espacio.
José Luis Sampedro hizo de las tierras altas del río Tajo un paisaje literario usando la alegoría manriqueña del río y la vida, resaltando por igual la belleza y la dureza de aquel lugar, la inclemencia de las estaciones, la dolorosa existencia de los gancheros y de las gentes de sus pueblos. Contaba su compañera, Olga Lucas, en la presentación de la exposición Geografías literarias de José Luis Sampedro, en Azuqueca de Henares, el detalle con que preparaba la descripción de los lugares donde transcurría la acción de cada uno de sus libros: Alejandría (La vieja sirena), Tenerife (La senda del drago), Aranjuez (Real Sitio)…, espacios que dejaron huella en sus escritos pero que a la vez se convirtieron en territorios literarios, inmortalizados simbólicamente por la ficción. Si el Duero tuvo a Machado, el Tajo tiene a Sampedro.
A sus méritos literarios sumó otros muchos que multiplican sus virtudes y que realzan más, si cabe, los de sus novelas. Sampedro fue, ante todo, un universitario cabal. Su análisis de la economía desde un punto de vista interdisciplinar, observando la realidad circundante, atento a las necesidades últimas del ser humano para construir una sociedad mejor, fue novedad en su momento y suena casi utópico hoy en día.
Recordaba hace poco Carmelo García, también economista y vicerrector de la Universidad de Alcalá, que Sampedro decía que él estaba “con los de mañana”, siempre cerca de los más jóvenes, y éstos sabían reconocérselo. Acostumbraba a terminar sus encuentros con estudiantes, en institutos y universidades, con una oración propia, recogida por Olga Lucas en el epílogo al Diccionario Sampedro por ella editado: “Creo en la Vida Madre todopoderosa/ creadora de los cielos y de la Tierra./ Creo en el hombre, su avanzado Hijo/ concebido en ardiente evolución,/ progresando a pesar de los Pilatos/ e inventores de dogmas represores/ para oprimir la Vida y sepultarla. (…) Creo en la Humanidad/ siempre ascendente./ Creo en la Vida perdurable…”. Amen.