Friolero otoño

06/12/2019 - 18:43 Luis Monje Ciruelo

 El hayedo de Tejera Negra no tiene la exclusiva del esplendor otoñal, aunque sea el más visitado.

Dejamos atrás ya hace dos meses elcomienzo del  equinoccio otoñal el que, como es sabido el Sol se halla sobre el Ecuador y, por tanto, las noches -y los días- son iguales en toda la Tierra. Ya a finales de octubre la duración de las noches supera en más de sesenta minutos a la de los días, y eso se nota en la frialdad que se acumula durante las veinticinco horas sin sol. Quiero explicar con este  preámbulo que estamos ya inmersos en la estación a la que se identifica con la tristeza y la melancolía aunque parecería lógico que eso se le adjudicara al invierno. Pero creo que el abatimiento que a muchos espíritus sensibles les produce la estación autumnal, y no la invernal, es porque en el otoño experimentamos la evolución del tiempo cálido y soleado a los nublos y destemplanzas que nos anuncian el invierno. Pero no hay que desanimarse ni sentirse abatidos por las inclemencias y gelideces que se avecinan. La Naturaleza nos da ejemplo con su reacción ante la pereza que con los primeros fríos sufre su savia. Las hojas caen, y los árboles se desnudan ante la proximidad de los hielos, contrariamente a lo que hacen los mamíferos. Pero antes se revisten de la belleza plástica, de la opulencia artística de su colorido, de la policromía final de las hojas antes de desprenderse de sus vainas. Ahora es el momento de enfrentarnos a la melancolía que puede invadirnos por los primeros fríos para saturarnos de la hermosura de nuestros valles y cumbres, de la belleza, quizá decadente, de nuestros bosques. El hayedo de Tejera Negra no tiene la exclusiva del esplendor otoñal, aunque sea el más visitado. Cualquier robledal adquiere en estas fechas el ígneo color de sus rusientes hojas antes de alfombrar el monte. Y las choperas del río lucen la gala de sus temblorosas hojas amarillas como alamares de oro. Quien no se extasíe ante la grandiosidad de ese polícromo espectáculo bien puede decirse que tiene muerta su sensibilidad. No debe extrañarnos entonces su melancolía, su pesadumbre de estar triste por vivir, su pereza para enfrentarse a las cuitas que son parte de la condición humana. Nuestros nervios deben ser como cuerdas de violín de las que el arco del músico extrae alegres melodías. Huyamos del abatimiento, de la tristeza otoñal, no pensemos, con Víctor  Hugo, que la melancolía es la dicha de estar triste .