Clamor por Luis Monje Ciruelo (1924-2022)


Luis, nunca serás para mí un simple recuerdo, sino una grata presencia.

El sábado 4 de junio se nos ha muerto Luis Monje Ciruelo (e.p.d.). Luis no ha muerto ni SE ha muerto; se NOS ha muerto; por supuesto, a sus hijos y nietos, a los amigos que le debíamos la atención a nuestras aportaciones culturales o sociales, y a la provincia de Guadalajara, que él recorrió, conoció y promocionó con un entusiasmo merecedor de la más honda gratitud. Menéndez Pelayo dijo alguna vez que los periodistas eran gente “de poca formalidad”. En mi juventud todavía usábamos en Pastrana esta palabra como sinónimo de “seriedad”. El sabio cántabro menospreciaba el periodismo, porque su obra se caracteriza por el acceso más completo posible a los temas que estudiaba y, por tanto, consideraba frívolos los juicios generales sobre la cultura e historia española emitidos en su tiempo por los jóvenes de la llamada “Generación del 98”. Pero yo, menendezpelayista casi sin reservas, disiento del sabio en este punto. Las columnas de Monje Ciruelo muestran los rasgos más positivos del periodismo. Primero, la variedad de sus temas, fundada en la atención generosa a las contribuciones creadoras para la provincia de Guadalajara, y la crítica, también atenta, a todo lo que consideraba perjudicial. Segundo, la claridad que exige el artículo de periódico, precisamente por su brevedad, y tercero, el arte de condensar las ideas en la breve estructura impuesta por el artículo. Variedad, claridad y estructura: los rasgos del buen periodismo “formal”. 

El 18 de abril cumplió 98 años Luis Monje Ciruelo, nacido en Palazuelos, pero paisano de todos los hijos de nuestra provincia. Ese día firmó para mí la dedicatoria de su último libro, Clamores por los pueblos muertos, publicado por Nueva Alcarria, para celebrar los 80 años de colaboración de Luis en el periódico. Yo pensé inmediatamente dedicar mi sincero elogio (aunque nunca el merecido por él) a su obra y a su vida; porque, al final, su presencia perdurable entre nosotros se fundará en su ejemplaridad moral, cívica y cultural. Obligaciones urgentes me hicieron retrasar el proyecto y hoy cumplo mi ilusión cuando ya nos ha dejado solos. ¡Dios mío, qué solos nos dejan los muertos! Clamores comienza con un prólogo magistral del Dr. Herrera Casado. Cuando lo leí me dije: mi colaboración debiera simplemente reproducir ese prólogo. Después vienen los artículos de Luis dedicados a los pueblos desaparecidos, y a partir de la p. 81, una sección titulada “Historias y relatos”, escenas de vida en los “pueblos muertos”. La primera de las historias describe una “aldea renacida” a un paso de la zona de la arquitectura negra; sigue “La soledad de El Atance”, relato escrito en 1980 y dedicado a “A Rafael Llorente, de ochenta años, que cada diez días viaja seis horas en caballería para comprar pan y afeitarse”. El viajero pasa por Huérmeces del Cerro y allí tiene un recuerdo entrañable para Jesús García Perdices. A lo mejor los jóvenes de hoy no recuerdan a García Perdices, autor de Río de piedras, un libro de poemas, y otros en prosa y verso. Desde que leí Río de piedras en los años cincuenta, el poeta y sus coetáneos, Pepe de Juan y Luis Monje Ciruelo, han sido para mí personas admiradas y dignas de la mayor gratitud por su aportación a la cultura de Guadalajara. Ya que no puedo copiar el prólogo de Herrera Casado, tan genial historiador como amante de nuestra tierra, termino haciendo mío su último párrafo: “Cronista de verdad, testigo fiel, escritor de raza y humano caminante que ha mirado Guadalajara y nos la ha contado. Eso es Luis Monje en este libro, y eso es este libro que ahora resulta ser el penúltimo: un documento genial que servirá de fedatario de una época cuando de ella no se acuerden ya, ni los más viejos del lugar”. Luis, nunca serás para mí un simple recuerdo, sino una grata presencia.