El convento de la Salceda y el barroco


 Denominamos fuero interno, al imaginario lugar que podemos escudriñar para buscar respuesta a quién soy, qué soy y cómo soy.

En la primera página de Nueva Alcarria del 24 de febrero se anuncia: “Pastrana celebra su Feria Apícola del 2 al 5 de marzo”. La noticia me llega cuando estoy concentrado en el libro Historia del Monte Celia de Nuestra Señora de la Salceda (Granada, 1616) de D. Fr. Pedro González de Mendoza (1570-1639), para un estudio sobre el Barroco encargado por el profesor Garrido Gallardo para el Diccionario español de términos literarios internacionales (DETLI) del C.S.I.C. D. Fr. Pero nació en Madrid, pero se hizo pastranero, como hijo de los primeros duques (Ruy Gómez de Silva y su esposa la Princesa de Éboli) y por haber sido el Mecenas que construyó el Colegio de San Buenaventura (1628) para formar a los cantores de la colegiata, y el grandioso edificio de la colegiata (1636).

Yo, por ahora, deseando evitar generalizaciones que asocian el barroco con la decadencia de España, me concentro en el aspecto literario, estudio la eclosión de genios que forman el siglo de oro, y defino el barroco desde los siguientes términos: culto/a, crítico/a, ingenio, agudeza, concepto, discreción (incluyendo gusto) y desengaño. El desengaño en el barroco no es sinónimo de desilusión, sino la penetración de las apariencias para enfrentarnos con la realidad-verdad: des-engaño. Al liberarnos de las ilusiones locas, roza alagunas veces el significado de desilusión (en general, en el conde de Villamediana), pero en la mayoría de los casos, de Lope a Gracián, tiene el sentido señalado de desvelamiento de la verdad. Cuando en La vida es sueño el protagonista pregunta: “¿Yo Segismundo no soy? Dadme, cielos, desengaño” (V. 1239), esta palabra significa verdad. En cuanto a “crítica”, el libro tercero de la Historia del Monte Celia, que describe el camino de las ermitas en las que se recogen los frailes, comienza con una extensa disertación sobre la poesía y luego incluye en cada ermita aforismos latinos y sonetos, uno de Góngora, 12 sonetos y algunas silvas de Pedro Liñán de Riaza, que pasó algunos años en Villel de Mesa, y dos del Conde de Salinas (Diego de Silva), hermano de D. Fr. Pedro. En el aspecto de cultura, una de las bases del barroco es la expansión de la educación que tuvo lugar en la España del siglo XVI. Si Cervantes leía los papeles que encontraba en las calles, Lope y Góngora son poetas universitarios, formados en humanidades. El jesuita Juan Luis de La Cerda, dedica su comentario de Virgilio al conde de Salinas con estas palabras: “Tú y tus nobilísimos hermanos, frecuentasteis con increíble aplicación estas escuelas desde el momento en que las abrimos, y todo por mandato del egregio Ruy Gómez de Silva, vuestro padre”.

El libro de D. Fr. Pedro es un portento de erudición (culto) clásica, bíblica y teológica hasta su tiempo. Doy un ejemplo algo ameno: en 1604, el rey Felipe III visitó La Salceda; con este motivo “salieron los vecinos de los dos lugares, Tendilla y Peñalver, a limpiarle y allanarle los caminos, y sobre desembarazarse los unos de los otros y llegar allanando aquella parte del campo que está más cerca de la casa de la Virgen…se acometieron pueblo a pueblo tan peligrosamente, que duró por espacio de tres días” (Lib. I, c. 15, p. 127). Como los devotos se acometieron con hondas, sigue una admirable historia de la honda como arma ofensiva. Hoy Tendilla y Peñalver son pueblos acogedores que producen y regalan miel. He aquí cómo se conectan el barroco, las ruinas de La Salceda y la feria apícola de Pastrana.