
La poesía de Suárez de Puga (1935-...) por Ciriaco Morón Arroyo (1935-...)
La poesía de nuestro autor es una espiral, un surtidor que nos eleva, como lo eterno femenino, que decía Goethe: es belleza y también esfuerzo de pensamiento.
Desde que conocí los poemas de Suárez de Puga (en los inolvidables “Versos a media noche”, que celebrábamos en Pastrana al comenzar el 18 de julio, como parte de la fiesta de la Virgen del Carmen), he sido un sincero admirador y lo sigo siendo. Hace años comenté el libro Cancionero de lugares y compañías (2014) y hoy me refiero a La visita del tiempo (2021), pero recordando los magníficos Sonetos de Sigüenza, Catedral (2019). La visita del tiempo se distribuye en tres cuadernos y cada poema realiza una escena que el poeta ha vivido. Suárez de Puga realiza la idea que Goethe le expresó a su discípulo Eckermann: “Toda mi poesía lírica es poesía de circunstancias… porque una vivencia es siempre única, y si no se convierte en poema, se esfuma”. El mismo título del libro pregona la vinculación de nuestro poeta con el ambiente que le rodea; y esa vinculación se manifiesta en la dedicatoria de la mayoría de los poemas a personas amigas. Como el hablar en torno a, o sobre, la poesía es andarse por las ramas, entremos en la raíz: en un poema: “Olvido” (A María Ángeles Novella): “Tú eres la exacta forma del olvido/, definitivamente definible/, y eres también la luz del apacible/ tiempo donde se olvida lo perdido. Presente estás y ausente del latido/rugoso del pasado irrepetible/, entre el hoy, el ayer y el imposible/ mañana por el alma perseguido. Como acaba la planta que madura/ hincando sus raíces en la oscura/ tierra divinamente cultivada/, hay que morir, mas no morir vacío/, tal como muere el manriqueño río/ que endulza el agua de la mar salada”. No basta con decir que este soneto es bello; es un alarde de pensamiento original, aunque anclado en expresiones clásicas: “entre el hoy, el ayer y el imposible mañana por el alma perseguido”, me recuerda el verso de Quevedo: “Soy un fue y un será y un es cansado”. Pero el recuerdo de Quevedo no le resta ninguna originalidad a la vivencia del tiempo que expresa el poeta. “Hay que morir, mas no morir vacío, tal como muere el manriqueño río, que endulza el agua de la mar salada”. Sí, “nuestras vidas son los ríos” (Jorge Manrique, a la muerte de su padre, Ocaña, 1497) y la mar es el morir. Aquí podríamos recordar los versos de Antonio Machado: “Señor, ya estamos solos/mi corazón y el mar”. Y “Entre los poetas míos/ tiene Manrique un altar”. Pero sigamos leyendo a nuestro clásico Suárez de Puga: “Noche de poemas” (p. 63): “Memoria del olvido/, olvido que recuerda/ altar de devociones/ y de benevolencias…Copas que distribuyen/ el agua que refresca/ las palabras cautivas/ de la suma elocuencia”. El poeta es un sacerdote, cuya eucaristía es la lengua; la lengua que no describe nada, sino que nos llama a explorar la realidad auténtica y vivir en ella. “La lengua llama” (Martin Heidegger). Si tratáramos de traducir a prosa un poema de Suárez de Puga, lo cerraríamos con un bloque de hormigón. La poesía de nuestro autor es una espiral, un surtidor que nos eleva, como lo eterno femenino, que decía Goethe: es belleza y también esfuerzo de pensamiento.
Querido José Antonio: nacimos en 1935. En 1965 me dijo Jorge Guillén (1893-1984) en Filadelfia: “Yo cuando veo mi nombre con el guion y los puntos suspensivos, pienso que no falta mucho para que los puntos se concreten con una fecha. En mi juventud miraba cuándo habían muerto los nacidos en un año 35. Ahora solo recuerdo dos: el teólogo jesuita Luis de Molina nació en 1535 y murió en 1600; y el filólogo, también jesuita, Lorenzo Hervás y Panduro nació en 1735 y murió en 1809. Tú y yo, nacidos en 1935, estamos en 2025: Dios nos ha dado tanto tiempo, a ti para hacer (poetés) una poesía elevadora, y a mí para gozarla e incitar a los jóvenes a que la gocen.