D.Mariano Moreno, el buen pastor


Don Mariano fue un excelente párroco en Pastrana; con su recuerdo, doy mi más admirado homenaje a los párrocos de toda la diócesis. ¡Gracias, queridos amigos!.

Hace varios días publicó el doctor Herrera Casado en este periódico la reseña de un libro titulado Mariano, el buen pastor, recién publicado por la admirable Editorial AACHE. El autor del libro es don Ángel Taravillo Alonso. Como don Mariano fue “mi cura” de Pastrana de 1947 hasta su traslado a Guadalajara en 1956, me faltó tiempo para comparar el libro y estudiarlo. El peligro en este caso sería convertir este artículo en autobiografía; porque, siendo yo seminarista durante aquellos años, durante los meses de vacaciones viví muchas horas de cada día en su casa, en el Centro parroquial de Acción Católica. Pero no hablaré de mí, y poco de don Mariano como individuo, sino del sacerdote (y de todos los sacerdotes), del párroco (y de todos los párrocos) y del apóstol, del buen pastor. Don Mariano vino a Pastrana en el otoño de 1947; yo le conocí en junio de 1948, al volver de vacaciones de mi primer año de seminario. En 1948 se celebraban en el pueblo las Bodas de Plata de la cofradía del Carmen. Con ese motivo don Mariano organizó un “acto de afirmación católica”, en el que invitó a varios miembros de la parroquia a dar sendas conferencias. Ese 16 de julio de 1948, en la mañana oí por primera vez el pasodoble Suspiros de España, tocado por la banda de la Academia Militar de Toledo y por la tarde escuché varias aportaciones sobre la Virgen María y la relación del Carmelo con Pastrana. 

El señor Taravillo menciona el esfuerzo que hizo don Mariano para recuperar los famosos tapices que hoy centran la atención en el nuevo museo. El Marqués de Lozoya, director general de Bellas Artes, quería instalarlos en el alcázar de Segovia, alegando que el pueblo no era un lugar adecuado para su conservación. Pero “el buen pastor” logró, por decreto de Franco, devolver el tesoro a su aprisco legítimo y así quedó instalado el museo que se abrió el 16 de julio de 1950, con asistencia del Cardenal Pla y Deniel. Entonces se colgaron de una manera  primitiva; pero es justo mencionar a los que hicieron el trabajo. Teníamos en el pueblo a los hermanos López (Félix y Laureano), herreros con la fragua muy cerca de la iglesia, siempre a disposición del párroco sin cobrar un céntimo. Félix llegó a limpiar los cuadros más altos del retablo sostenido en un cuévano de los que se utilizaban para transportar uvas. Los herreros cargaron con el peso de los tapices y los seminaristas (Rafael y Emilio) les sosteníamos la escalera. Don Mariano fue un sacerdote ejemplar; para eso hay que cultivar una fe profunda: una fe que ve a Dios en la oblea de pan sobre la que se pronuncian las palabras de la consagración. La fe católica implica esa cosmología en la que Jesús-Dios está presente en la forma consagrada. 

El Sr. Taravillo dedica una extensa sección del libro a la persecución que sufrió don Mariano en 1936,  siendo diácono; la persecución perpetrada por aquellos españoles, esclavos salvajes que alardearon de la más abyecta inhumanidad. Don Mariano fue un excelente párroco en Pastrana; con su recuerdo, doy mi más admirado homenaje a los párrocos de toda nuestra diócesis. ¡Gracias, queridos amigos! Y don Mariano vivió el movimiento de ayuda social a los pobres que ha caracterizado siempre a la Iglesia, desde la sopa de los conventos a las actuales colas de cáritas. Taravillo menciona su actividad en la construcción de viviendas sociales en Guadalajara. A Pastrana traía “obreras” de fábricas, y una vez trajo a un joven apóstol dedicado a demostrar que el catolicismo no nos hacía débiles. En vez de cantar el Ave, ave María, el cantaba: “A be-,  be-, a beber vino”. 

Y recuerdo su sentencia: “Los que van a misa de seis, van a ver a Dios; los que van a misa de nueve, van a que los vea Dios; los que van a misa de 12, van a que los vea to’dios”. Después de este apóstol fuerte, don Mariano siguió aceptando nuestras debilidades.