El humanismo de don Juan Manuel


Su humanismo presenta un saber secular (sin marginar la fe), empírico, pragmático y expresado en romance.

Hace tiempo que tengo el propósito de escribir un artículo con este título, pero buscaba una ocasión adecuada, y la encontré en Nueva Alcarria del viernes, 3 de febrero, al leer que “Cifuentes quiere celebrar la restauración del castillo con la restauración en marcha”. Saludo con alegría la restauración del “castillo de don Juan Manuel”.

  El magnate había nacido en 1282 en el castillo de Escalona y murió en Córdoba en 1348. Vivió, pues, bajo cuatro reyes de Castilla: dos años con Alfonso X (1252-1284), hermano de su padre: el Infante don Manuel; once con su primo Sancho IV el Bravo, muerto en 1295, y ya de adulto, en difícil y a veces tormentosa relación con Fernando IV (“el emplazado”) (1295-1312) y con Alfonso XI (1312-1350). Puede sorprender llamar humanismo a unas ideas expresadas en castellano. Contemporáneo suyo, aunque algo más joven, es Petrarca (1304-1374), cuyos escritos en prosa están en latín. Pero don Juan Manuel presenta una visión del mundo (humanismo) para personas que, como él confiesa de sí mismo, no saben mucho: “Yo non so muy letrado” (Conde Lucanor, 2ª p., Edit. Castalia, 263). Esta confesión se ha tomado como un tópico de modestia, pero él mismo aclara que las cosas prácticas de que habla no son tan sutiles como si tocara temas de teología, metafísica, filosofía natural “e aun moral” (ib., 264). Hablar de cosas que competen a “su estado”, es decir, su saber no es el cultivado en las universidades. De hecho, dedicando el Libro del cavallero e el escudero a don Juan de Aragón, arzobispo de Toledo, le llama “gran letrado”, mientras él se considera persona “lega” que no ha pasado por estudios oficiales. Su saber es fruto de la experiencia bien observada. Si hubiera estudiado en las escuelas probablemente habría llamado prudencia (virtud cardinal) a su postura pragmática; pero en vez de emplear el término escolástico, él habla de “seso”, o sea, de sentido común, necesario para una persona seglar, especialmente si gobierna Estados. 

  En la ciencia universitaria la especulación o vida teórica se consideraba superior a la práctica, y la última expresión de esa jerarquía era la superioridad de la vida contemplativa sobre la activa. Pues bien, don Juan Manuel, reconociendo ese hecho y, por tanto, la superioridad del estado de clérigo sobre el de caballero (y aun más sobre los “labradores”), sostiene que los nobles deben ganar su salvación en su capacidad de gobernar, de forma que aprovechen a sus cuerpos, almas, honra y haciendas suyas y las de sus súbditos. Honra y hacienda, valores de este mundo, son para don Juan Manuel esenciales en la persona noble. 

El cuento n. 3 de El conde Lucanor  se titula “Del salto que fizo el rey Richalte de Inglaterra en la mar contra los moros”. El rey Richalte es Ricardo Corazón de León (1189-1199), que en la tercera cruzada se arrojó al mar para atacar a los moros y así lograr el perdón de sus pecados. Su ejemplo movió a los otros cruzados a dar el mismo “salto”. Los monjes a la oración, pero los nobles a la batalla. La moraleja de Patronio es: “Tengo que esta es la manera que vos podedes tomar para salvar el alma, guardando vuestro estado et vuestra honra” (ed. cit., p.73).

    El humanismo de don Juan Manuel, hijo de la sabia reflexión sobre la vida diaria (seso), presenta estos caracteres: un saber secular (sin marginar la fe), empírico, pragmático y expresado en romance.