Adiós don Atilano


Parece que usted tiene el propósito de residir en el monasterio de Buenafuente del Sistal; magnífica decisión y gracia de Dios si tiene la suerte de convivir con nuestro sabio y ejemplar sacerdote don Ángel Moreno. Le imagino dedicado a la oración y al trabajo pastoral de parroquias vecinas.

Cuando nuestro obispo, don Atilano cumplió los 75 años, yo pedí que en Roma perdieran un poco la memoria y nos lo dejaran todo el tiempo que lo permitiera su salud física y mental, puesto que de su salud espiritual no puede caber duda. Mi oración fue atendida durante dos años largos, pero ha llegado el momento de la despedida. Él mismo se despide humildemente en Nueva Alcarria del 7 de noviembre con el título “Esperamos un nuevo obispo”. 

Efectivamente, recibiremos con respeto y cariño al nuevo prelado, que viene de regentar simultáneamente las diócesis de Jaca y Huesca. En su artículo don Atilano resume las funciones encomendadas al obispo desde que el mismo Jesucristo le dio a San Pedro las llaves de la Iglesia: la triple potestad, conocida como “el poder de las llaves”: “enseñar la Palabra de Dios, santificar mediante la celebración de los sacramentos y gobernar desde el servicio: poder de enseñanza, de orden y de jurisdicción. 

 Don Atilano ha cumplido de manera ejemplar las tres funciones, pero además ha sido una persona cercana y humilde, que ha mirado a cada uno de sus interlocutores, como “un castillo, todo de un diamante u muy claro cristal” (Santa Teresa, Moradas I, c. 1º). En la Conferencia Episcopal Española ocupó el cargo de presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social y Promoción Humana. Es una excelente seña de identidad para un asturiano, cuyo clero se distinguió durante todo el siglo XX por la atención a los trabajadores y el esfuerzo de crear sindicatos que les informasen de la verdadera actitud de la Iglesia hacia ellos. 

   El obispo dominico D. Ramón Martínez Vigil y luego su sobrino don Maximiliano Arboleya trabajaron en la creación  de sindicatos de catolicismo social, como lo promovía el Cardenal Sancha de Toledo, frente al socialismo, aunque se proclamara católico. Cuando usted entraba en el seminario yo estudiaba ya filosofía en la Universidad Pontificia de Salamanca, y hacia 1955 llegó un seminarista de Oviedo, sobrino de don Cesáreo Rodríguez García Loredo. Él me prestó un libro de su tío: El estudio de la teología entre los seglares cultos. Recuerdo un pasaje algo escabroso: Julián Marías, demasiado dependiente de Ortega en aquellos años, había escrito que el ser de una piedra en medio de un arroyo era servirnos de apoyo para cruzar la corriente; y don Cesáreo comentaba: “Me temo que pronto vamos a ver a don Julián Marías andando a cuatro patas” (Cito de memoria y algunas palabras pueden no ser exactas, pero la idea es correcta). Gran contraste entre el moderno don Maximiliano Arboleya y don Cesáreo, incompetente lector de Laín, Aranguren y Marías. Parece que tiene usted el propósito de residir en el monasterio de Buenafuente del Sistal; magnífica decisión y gracia de Dios si tiene la suerte de convivir con nuestro sabio y ejemplar sacerdote don Ángel Moreno. Le imagino dedicado a la oración y al trabajo pastoral de las parroquias vecinas. En esa labor es usted objetivamente, no solo en mi opinión, Benedicto XVI, el sabio maestro Joseph Ratzinger. Y, como aceptamos la decisión de la Iglesia, siguiendo su consejo estaremos al servicio del nuevo prelado en cuanto podamos ayudar. ¡Adiós don Atilano!.