Ratzinger: saludo


Ya como Papa publicó una ‘Vida de Jesús’ en tres volúmenes que son  una obra genial; desde luego, la interpretación más honda que he leído del Nuevo Testamento.

Lector amable: Hace varios meses que no he mandado nada a Nueva Alcarria, el magnífico y entrañable periódico que me trae recuerdos de D. Francisco Layna Serrrano (y el apellido me lleva a su tío, el sabio historiador D. Manuel Serrano y Sanz, autor entre otros estudios magistrales de la Biblioteca de Escritoras españolas), Jesús García Perdices y Pepe de Juan. Inmerso en la redacción de un artículo sobre el Barroco para la Enciclopedia DETLI, del C.S.I.C., he dejado la colaboración en el periódico, siempre para “la semana que viene”. Y al artículo sobre el Barroco temo ponerle punto final, porque me es difícil resumir con claridad la portentosa producción de los escritores que coincidieron en ese siglo de oro que va desde 1580 a 1680, poco más o menos.

  Por cierto, en 1680 murió Manuel de León Marchante, el pobre escritor pastranero que recibe el peor juicio en la Historia de la literatura de Hurtado y Palencia. Dicen que él que fue autor de jácaras y coplas de mal gusto y fue llamado en su tiempo “dulce estudio de los barberos”. Por supuesto, me he prohibido hablar de política. Pasé 46 años de mi vida fuera de España, tratando de que mi conducta hiciera respetable el gentilicio español, y presentando la cultura española con plena veracidad (no sé si con acierto). ¿Qué voy a decir ahora cuando en algunas regiones de nuestra patria minorías de una ignorancia insultante luchan contra el estudio del español? Y, como esta, tantas decisiones de un gobierno que raya en lo inverosímil. Pero ya me deslizo hacia lo político, y yo solo debo hablar de cultura y educación.

       Hoy he leído un libro titulado Mi vida, de Joseph Ratzinger, o sea, la carrera del profundo pensador, desde su nacimiento hasta que fue nombrado arzobispo de Munich en 1977. Digo “pensador”, porque su obra traspasa las fronteras de la teología, en la cual fue reconocido desde muy joven. Ratzinger nació el 16 de abril de 1927; en 1953 obtuvo el doctorado en teología en Munich con una tesis sobre San Agustín. Ese año comenzó a enseñar en la facultad de teología del seminario diocesano de Munich, situado en Freising (Frisinga, dice la traducción). Allí preparó lo que llaman en la traducción la libre docencia. Esta expresión traduce la alemana “Privatdozent”, docente privado, porque este título no comportaba sueldo del gobierno; el docente libre tenía que vivir del dinero que cobraba la universidad a los que se matriculaban en su curso. Para obtener ese puesto el candidato debía escribir una segunda tesis llamada Habilitación; y cuando la universidad la aprobaba se comprometía a darle la oportunidad de ofrecer sus cursos.

     De ahí el ejemplar teólogo pasó por varias cátedras: Bonn, Münster, Tübingen y Regensburg o Ratisbona, hasta su elevación al arzobispado de Munich. Ya como Papa, pero sin reclamar autoridad pontificia, ha publicado una Vida de Jesús en tres volúmenes que son, a mi parecer, una obra genial; desde luego, la interpretación más honda que yo he leído del Nuevo Testamento, en su fusión de tradición viva y palabra escrita y en su fusión de filología rigurosa y creencia sobrenatural. Pero yo, que hablo de Ratzinger de la manera más objetiva posible, no puedo hablar de él con frialdad. Fui a Munich en 1958; Ratzinger ya había terminado su habilitación precisamente ese año, no le conocí; pero mi primer seminario fue el Instituto Grabmann, dirigido por el sabio maestro Michael Schmaus, a quien menciona bastante. Gottlieb Söhngen, el maestro principal de Ratzingen se había retirado ese año, pero daba en su casa un seminario para doctorandos. A él asistía con orgullo Jesús Aguirre, el futuro duque de Alba, aunque nunca terminó la tesis. Y no debo olvidar que allí logré la amistad, que todavía me honra, con el Cardenal Rouco y con nuestro gran pensador Olegario González de Cardedal.