Moción y emoción

26/03/2023 - 16:56 Emilio Fernández Galiano

En general, comparto muchas de las reflexiones que el veterano profesor desplegó sobre el hemiciclo, y en este tono de longevo profesor, llegó a generarme ternura.

Por Emilio Fernández Galiano

En realidad, no sé a ciencia cierta si la pasada moción de censura me provocó más indignación que ternura. Como ya apunté hace poco, en mi opinión VOX hizo un movimiento malintencionado y Tamames se metió en un lío considerable en lo que denominé “moción censurable”. A pesar de que algunos lo ignoran, o lo desprecian, nuestra Constitución, como la de Alemania, le asigna a la moción de censura un carácter “constructivo” -en feliz definición del jurista y ponente constitucional Pérez Llorca, “el zorro plateado”- y por el cual, sirve como instrumento para un cambio de gobierno y no para una disolución de las cámaras, de ahí que se le exija al candidato un proyecto o programa de gestión.  Lo que al fin y al cabo se buscaba era una hipotética disolución del parlamento. Y tan hipotética, quimérica, más bien. 
La fórmula elegida por Santiago Abascal, inédita hasta ahora, sólo buscaba una estrategia preconcebida para obtener réditos electorales, seamos francos. Lo que casi nadie esperaba es que su candidato, lejos de ser un títere en manos de una traza, se presentó ante sus señorías tal cual, sin adornos ni membretes. Ramón Tamames reclamó el consenso en algunas materias y recuperó el espíritu de la Transición citando en distintas ocasiones los Pactos de la Moncloa. Defendió la monarquía parlamentaria –“De Gaulle se quejaba de los 56 tipos de quesos que había en Francia, como para no cuidarnos nosotros de las 17 comunidades autónomas y la diversidad de sus gentes”-, argumentaba. “Se imaginan ustedes un jefe del Estado que no fuera independiente en una sociedad tan ingobernable como la nuestra?”, concluía. Pidió reflexión sobre nuestro sistema electoral para no depender tanto de fuerzas centrífugas y advirtió del peligro que conlleva la radicalización de las opciones políticas, “como ocurrió en el 36”, terminó sentenciando.
En momentos recuperó un fino humor ante la intervención un tanto histriónica de alguno de los diputados y finalizó apelando al entendimiento y altura de miras. En general, comparto muchas de las reflexiones que el veterano profesor desplegó sobre el hemiciclo, y en ese tono de longevo profesor, más sabe el diablo por viejo que por diablo, llegó a generarme una ternura que cualquier persona mayor nos debe inspirar. 
Nadie puede dudar de su solidez intelectual y cultural, aún condicionadas por el inexorable paso del tiempo. También podría aceptar una legítima vanidad de quien en su momento fue protagonista de nuestra reciente historia y hasta hace días se encontraba en el olvido. Todo eso me puede enternecer. Pero más me indigna una pretendida manipulación del personaje por un puñado de votos o la actitud de muchos de los intervinientes demostrando una falta de elegancia que sí exhibió el candidato. 
Como apuntaba otro longevo, Jaime Peñafiel, ignoro si nuestro protagonista padece bajo ese pelo, mezcla de Andy Warhol y Van Gogh por su tono anaranjado, una midorexia irrefrenable. No me consta, aunque le gusta mucho el verde de Peter Pan para sus chaquetas. Pero eso es también emotivo. Es posible que me esté afectando la llegada de la primavera.