Nuestra Constitución
Releer su articulado es comprobar que se consiguió elaborar un texto moderno, garantizador de los derechos fundamentales de las personas, de contenido social.
En tiempos en los que da lástima que los dos principales partidos nacionales no quieran, desde hace cuatro años ya, acordar la renovación del Consejo General del Poder Judicial, sin olvidar el fracaso que supuso la repetición de unas elecciones generales, es necesario apelar al espíritu del 78, al verdadero sentido de Estado de unos políticos que permitieron que los artículos del que iba ser el marco de convivencia no llevasen el tenor literal que ellos hubiesen impreso, en aras de cerrar filas por un interés superior, el de redactar una norma de normas, vinculante, querida, respetada y cumplida por el conjunto de la sociedad.
Releer su articulado es comprobar que se consiguió elaborar un texto moderno, garantizador de los derechos fundamentales de las personas, de contenido social, creando el estado de las autonomías que tanto progreso y bienestar han supuesto, marcando el funcionamiento de las instituciones, previendo incluso la necesidad de la declaración de estados de alarma, excepción y sitio para situacione como la reciente crisis sanitaria o aquella aplicación del 135 para restablecer la alterada normalidad en una región. El Rey se apoyó en la Carta Magna para defender la democracia de un golpe de Estado, se superó solo con legalidad al terrorismo de ETA, a su amparo cayó un Gobierno con moción de censura, se produjo un relevo en la jefatura del Estado, se debatió el llamado Plan Ibarretxe e incluso se realizó una reforma rápida para fijar el techo de gasto de las administraciones en un momento de catarsis de la economía. A través del desarrollo normativo de sus principios permite a los gobiernos aplicar sus programas e ideologías, adaptándose a los tiempos. Es útil, actual y ha permitido consolidar la democracia.