Otoño en el parque

16/12/2018 - 12:57 Luis Monje Ciruelo

 Al regresar, los senectos paseantes, ya sin nada nuevo que ver, se detienen algunos para  admirar la melancólica belleza otoñal del parque,otros se detienen ante la llamativa rojez de las trepadoras del entorno de la ermita.

Paseo por el parque en las mañanas frescas tirando a frías de este otoño asentado y veo  que hay menos paseantes por el andén central del parque y menos clientes desayunando en las terrazas abiertas a la climatología reinante en la calle de San Roque. El suelo está cubierto de hojas doradas, que no son hojas secas como en los poemas románticos ni “juguetes del viento son” porque están húmedas y pegadas al suelo resistiéndose a las sopladoras que pretenden amontonarlas para que  las recoja mejor el camión de la limpieza, si no va ya lleno de ramas y támaras cortadas por los podadores municipales. Éstos manejan la sierra y el hacha sin riesgo desde espectaculares cestillos metálicos elevados por una grúa móvil. Comentamos los curiosos paseantes, con predominio de la tercera edad, las garantías de seguridad y rapidez  que las técnicas modernas dan a los podadores de hoy, sin los equilibrios y arriesgadas contorsiones de los podadores de ayer, hasta que nuestra atención se centra en el espectacular andamiaje de tubos metálicos que envuelve totalmente el panteón de la condesa de la Vega del Pozo para proceder a su limpieza y restauración, incluida su dorada cúpula, andamiaje en el que se mueven con soltura, a pesar de su gran elevación,  varios operarios, aparentemente sin arneses de seguridad. Al regresar, los senectos paseantes, ya sin nada nuevo que ver, se detienen algunos para  admirar la melancólica belleza otoñal del parque, a trechos como iluminados por las brillantes hojas doradas, todavía en el árbol, o las más pálidas y mustias que alfombran  el suelo que no son ya  “juguetes del viento”, como en los poemas de Bécquer, pero sí “símbolos de amores muertos”, según el Romance de San Roque de uno de los paseantes. Otros se detienen ante la llamativa rojez de las trepadoras del entorno de la ermita, pero se unen enseguida al grupo al llegar  a esa pareja esculpida en el tronco talado de un pino, monumento premiado en un concurso de Ferias. Y uno de los paseantes le pregunta a un compañero que presume de literato si es uno de esos pinos de poderoso tronco y soberbia copa que hay  junto a la pareja tallada,  el que le gustaría que le dedicara el ayuntamiento, según había dicho muchas veces –“Sí;- contestó el aludido- bastaría con poner un cartel que dijera: “árbol de Fulano de tal, escritor, cantor de este parque”. –“¿No preferirías una calle?”, preguntó uno- “Sí; pero eso cuando me muera”, y todos quedaron en silencio. El Parque comienza a verse desnudo de hojas amarillas que alfombran el suelo con el gualdo un tanto desvaído, y en la calle de San Roque, no uno, sino cinco árboles han desaparecido sin que hayan sido repuestos por la Concejalía de Parques y Jardines. A este paso la calle de San Roque, antes bien arbolada, terminará siendo Tam quam tabula rasa in quam nihil scriptum est como dijo el clásico”como una tabla rasa en la que nada se ha escrito “