120 años de las ferias del 'Salón Rojo'

06/10/2019 - 13:06 Jesús Orea

Del conjunto de actividades de las ferias de 1899  destacó el  ‘Salón Rouge’ por generar una notable polémica.

Nuestros lectores, las Ferias y Fiestas de Guadalajara, que este año se han celebrado entre el 9 y el 15 de septiembre, no siempre tuvieron lugar en estas fechas del final del verano, sino que tradicionalmente se acomodaban en el calendario ya principiado el otoño. Según hemos comentado en otras ocasiones en este mismo tiempo, las Ferias de la capital hace ya años que se hicieron tránsfugas del otoño y pasaron a ser de verano, después de nada más y nada menos que siete siglos de celebrarse una semana antes y una semana después de San Lucas (18 de octubre), como en 1260 otorgó a la entonces villa de Guadalajara, a través de un privilegio, el rey “Sabio” Alfonso X. De aquellas ferias de ganado que se celebraron durante casi 700 años en otoño, casi siempre pasadas por mucha agua y bastante frío, en apenas unas décadas, las cuatro finales del siglo XX, han dejado de ser pecuarias, se han alejado no solo de la festividad de San Lucas, sino también de la de San Miguel -25 de septiembre-, en torno a cuyo “veranillo” se programaron algunos años -los sesenta y setenta-, y se han hecho de verano buscando el calor y el manto siempre protector de la patrona, la Virgen de la Antigua. Precisamente este año, las Ferias se han iniciado justo al día siguiente de la celebración de su festividad, haciéndose así ya acreedoras a la nominación de “Ferias y Fiestas de la Antigua”, cuando, como hemos dicho, feria y fiesta de la patrona nunca coincidieron en el tiempo.

Mirando hacia atrás -sin ira, por supuesto, al contrario que el título de la obra de teatro de John Osborne que protagonizó en el cine Richard Burton- pero sí con la curiosidad de tratar de saber cómo eran antaño las Ferias de la ciudad, me he entretenido en curiosear el programa festivo arriacense de 1899, el penúltimo peldaño del siglo XIX, hace ya 120 años de ello. También he leído algunas de las crónicas sobre su desarrollo en la prensa local de entonces que, como ya vimos en un “Guardilón” anterior, la conformaban varias cabeceras, destacando entre ellas La Crónica y Flores y Abejas.

Si comparamos la programación de aquellas Ferias de hace siglo y quinto con las actuales, apenas encontraremos en ellas mínimos puntos de coincidencia: toros, bailes y barracas, fundamentalmente, pues los usos y costumbres festivos han variado notoriamente desde entonces, como la propia ciudad en casi todos sus aspectos y circunstancias. Recordemos, como dato referencial patente, que en 1899 Guadalajara tenía apenas 11000 habitantes, que es una octava parte de la población que posee en la actualidad, y la misma que reúne hoy en día El Casar. Otro expresivo dato que evidencia los profundos cambios materiales e intangibles de la ciudad entre 1899 y 2019 es el hecho de que el alumbrado público, en aquel año postrero de finales del XIX, hacía apenas dos años que había llegado a la capital pues se inauguró el 27 de febrero de 1897 y constaba de tan solo 230 lámparas incandescentes y 6 arcos voltaicos. Hasta ese momento, las calles de Guadalajara se iluminaban con lámparas de petróleo. Precisamente en el otoño de 1899, nada más acabar las Ferias, el Ayuntamiento decidió aumentar el alumbrado público en 14 lámparas más. 

Las Ferias de 1899 se celebraron entre el 14 y el 18 de octubre, iniciándose en sábado y concluyendo en miércoles, porque, recordemos, el día que finalizaron se celebra la festividad de San Lucas y las citas feriales de entonces, que como ya hemos dicho eran ganaderas desde mediado el siglo XIII, tenían lugar en torno a la celebración de este santo, uno de los cuatro evangelistas. Probablemente el acto festivo más esperado por los arriacenses de aquella época eran las carreras de cintas, tanto a caballo como en bicicleta. Este tipo de competiciones tenían su origen en los antiguos alardes y justas medievales que, en Guadalajara, se solían celebrar en la Carrera de San Francisco, de ahí su nombre. Las carreras de cintas tenían lugar muy cerca, en la Concordia, y eran seguidas por numeroso, animado y expectante público. Las lanzas de los caballeros de antaño se habían tornado en unas pequeñas picas de apenas 20 centímetros con las que, a la carrera, los corredores de hogaño intentaban enganchar las anillas que se situaban en un extremo de cada cinta, enrolladas y colgadas todas ellas en una especie de tendedero. Habitualmente, las cintas eran de seda, de vivos colores y vistosamente bordadas por señoritas de la ciudad que lucían sus delicados trabajos en el edificio consistorial, donde se exponían unos días antes de celebrarse la carrera. Estas “manolas” -como se les llamaba a las jóvenes que aportaban cinta-, eran un remedo de las princesas, infantas y doncellas nobles de las justas medievales cuyos pañuelos tomaban con la punta de su lanza los caballeros en los torneos, teniendo un cierto componente de flirteo entre ambos que también se daba en la competición de cintas. En el año al que nos estamos refiriendo, fueron 86 las cintas por las que pugnaron los corredores.

Del conjunto de actividades que tuvieron lugar en las Ferias de Guadalajara de hace 120 años hubo una que destacó por generar una notable polémica que recorrió todos los mentideros urbanos, incluidas calles, plazas, mercado, ateneos, peñas y círculos, posadas, cafés y tabernas de aquella época y que, incluso, llegó a las mesas camillas y dormitorios de muchos hogares encizañando la convivencia entre esposos. Se trata del “Salón Rouge” -Salón Rojo si traducimos esta expresión del francés, una especie de “Teatro Chino”- que el entonces muy conocido y dinámico empresario local, Castelló, trajo para animar los días feriales de 1899, especialmente dirigido al público masculino. Por la gracia con la que está comentado este hecho en las “Crónicas Momentáneas” que firmó Alfonso Martín en el número de Flores y Abejas de 8 de octubre de 1899, vamos a reproducirlas literalmente a continuación: “De todos los espectáculos anunciados para la feria, ninguno ha levantado tanta marejada, como el ´Salón Rouje´ (sic) que nos quiere implantar aquí el amigo Castelló, donde varias ´mademoiselles´ adulteradas se cantarán por todo lo alto ´coplets´ (sic), canciones más o menos libres y volverán loquitos a la mayor parte de los alcarreños, poco acostumbrados a esa clase de salones rojos, con ribetes de verde”. Todo un escándalo para la época pues suponía traer a la pacata Guadalajara un descocado espectáculo de señoritas más propio de un “saloon” del far-west americano.

Según hemos adelantado, prácticamente solo tres actividades de las Ferias de 1899 también se han celebrado en las de 2019: toros, bailes y barracas. Hace 120 años, los espectáculos taurinos se limitaron a una corrida y una novillada. La primera fue un mano a mano entre Fuentes y Villita, en la que se lidiaron toros de Ripamillán, ganadería zaragozana de Ejea de los Caballeros, llegados a la capital en el tren mixto; cuatro toros castaños, uno rojo y un retinto conformaron la corrida que no fue nada vistosa. En la novillada alternaron “El Chico de la Blusa” y “El Murcia” resultando también pobre el espectáculo. Por cierto, la entrada más cara de la corrida de toros costaba 12,60 pesetas -delantera de meseta de toril-, mientras que la más barata tenía un precio de 3,15 pesetas, en el tendido de sol. El boleto para sombra se pagaba a 3,70.

Los bailes de las ferias de aquella época solían celebrarse en salones, destacando los del Casino Principal y el Círculo de Recreo “La Peña”; el primero, con un nivel de etiqueta y distinción superiores al segundo, que tenía un carácter más popular. De las atracciones feriales, que entonces se situaban entre la plaza de Santo Domingo y el Jardinillo, en 1899 llamó mucho la atención del público una barraca en la que se podía ver a la “mujer barbuda”, “un fenómeno curioso y jamás visto en España, procedente, según dicen, de las tribus africanas”, como pareó para calificarlo algún colaborador de prensa local.

El programa de las Ferias de 1899 lo completaron otro tipo de actividades y actos como los pases de cinematógrafo en el Jardinillo -que, dada su novedad y espectacularidad, despertaban una expectación inusitada-, las funciones del Teatro Principal -operetas y zarzuela, fundamentalmente-, los juegos de cucañas o los fuegos artificiales -entonces se hacían en Las Cruces-. Al contrario que en la actualidad, una cabalgata -retreta la llamaban- clausuraba los actos festivos, partiendo desde la plaza de la Fábrica -actual plaza de España- y subiendo hasta Santo Domingo para, por la Carrera y Bejanque, regresar al punto de partida. Poco lucida fue la de aquel año pues apenas reunió tres carrozas y solo destacaron los batidores a caballo que la abrían y los numerosos jinetes que la cerraban, todos ellos portando hachones encendidos. La beneficencia y la caridad también se hacían hueco en las ferias de aquellos difíciles años de finales del XIX -recordemos que Cuba y Filipinas se habían perdido solo un año antes de aquella cita festiva-, donando el ayuntamiento bonos de pan a los más desfavorecidos y entregándose “socorros benéficos” en el Ateneo Instructivo del Obrero.