A don Álvaro

26/01/2014 - 23:00 Cocchita del Moral

Quiero felicitarte porque estamos en el año de tu centenario; qué bien lo vas a pasar en el cielo, junto a Jesús y a María a quien tanto amabas y junto a San Josemaría, y a todos tus seres queridos. Cuando te marchaste, para tus hijos fue muy duro, pero tu aconsejabas siempre amar la voluntad de Dios y ¡cómo tú la vivías!, ”El sabe más” decías siempre. Naciste en una familia profundamente cristiana y como dice el refrán: “Lo que se aprende en la cuna siempre dura”. En tus tiempos de estudiante conociste a S. Josemaría y te enamoró el espíritu de la Obra que él fundó; pediste la admisión en el Opus Dei. Tus estudios fueron brillantes y sacaste la carrera de ingeniero. Algunos años después, te ordenaste sacerdote para poder servir mejor a la Iglesia y a la Obra, ayudando en todo al Fundador, secundando sus deseos, bien se podía decir que eras su sombra. Cuando murió S. Josemaría, tú fuiste su sucesor; el Padre, y qué Padre. Qué bien viviste lo que él decía, pasar inadvertido, para “Que solo Jesús se luzca”. Viviste con heroísmo la Fe, pues estabas seguro que fiándote de Dios todo saldría adelante; la Caridad para tratar a Dios como quien es y a los demás con gran humanidad. Llamaba la atención tu bondad, pronto a la escucha, jamás dabas la impresión de prisa o desasosiego. Tratabas a cada uno con cariño de buen padre y cuando tenías que corregir, lo hacías sin humillar. Si a alguien veías sufrir sabías ponerte a su lado. Cuánto te agradecí cuando murió mi padre, me llamaste y después viniste a verme y me consolaste y ofreciste sufragios por él. Eras de una gran reciedumbre para llevar sin quejarte la carga que Dios puso sobre tus hombros. San Josemaría te llamaba “Saxum”, roca en la que se podía apoyar. Qué pobres se quedan éstas líneas para expresar tu valía. Te llamo de tú, porque estás en el cielo y así trato a los que gozan de Dios; “Auguri” y te doy las gracias por lo que aprendí de ti. Recuerdo que cuando te dábamos las gracias por tus detalles y dedicación siempre decías: “Las gracias a Dios”. Te las mereces. Gracias. Acabo de escribir estas letras cuando recibo la noticia de tu beatificación, enhorabuena, ayúdame “a seguir tus huellas”.
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