A los tantos años de edad...
21/08/2012 - 00:00
La sea en obituarios como en sucesos luctuosos, que viene a ser lo mismo, depende de la violencia del adiós a la vida de Tosca, se cuantifica la existencia del finado para dar paso a la otra orilla: a los 85 años de edad, por ejemplo. O a los 98, o a los ciento y pico que denota la larga vida al buen señor/a, con afición al arte funerario de las pirámides egipcias. Lo que ya no resulta muy ortodoxo es la gacetilla periodística que cuenta que un mozalbete le dio dos hostias al profesor teniendo 12 años de edad. Niñato de mierda. Se debe entender que tenía 12 años de carrera delictiva.
Esto viene a resultas de los latiguillos anglófilos y francófonos que tanto mimetismo nos producen a los junta líneas, cuando la lengua española es universal, espléndida, fuerte, latina y cervantina.
No soy filólogo, ni lo pretendo. Pero me enerva la incorrección lingüística, yo el primero, igual que las patadas al diccionario, cuando, quien las da ahora es la propia Real Academia en su afán desmedido por mecerse en el esnobismo y la excentricidad, que son adjetivos iguales o parecidos. Pablo Picasso, metiendo los pinceles en aguarrás, decía que en eso de echar palmos sobre la edad hace falta mucho tiempo para ser joven, y Baltasar Gracián, por el contrario, consideraba que llegar a los sesenta era equiparse a un perro, yo, a Dios gracias, con el que convivo, mi golden divino Niebla , comparto sentimientos, bueno a rabiar, y que cuando cumples los ochenta, nada, puto cadáver.
Joder, qué tío el gran precursor del existencialismo español por más que, encima, se le enmarcara en el siglo de Oro.
Se puede y se debe decir que Fulanito estuvo al frente de un cargo equis años y que dobló a los 74 años de edad como le pasó el otro día a mi viejo amigo Peces-Barba. Cosa distinta es la temporalidad como presidente del Congreso, cuatros años o, lo que es igual, una legislatura con Felipe González, luego vendría Félix Pons, o su etapa de rector de la Carlos III, que tuvo un mayor recorrido. He echado mano de El dardo en la palabra, del maestro Lázaro Carreter, y no viene nada al respecto. Seguramente, yo magnífico la licencia francófona o anglófona aunque servidor no haya tirado la primera ni la segunda piedra filosofal, dejémoslo estar.
Y siento el rebote que se cogió una gran profesional de la radio, madre y maestra, porque por las ondas dijo punto y final y yo la recriminé por el correo electrógeno. Sólo existe el punto, el punto y coma, los dos puntos y el punto final.
Los errores, en definitiva, los tenemos cualquiera, siempre que estemos atentos para corregirlos.
Sigo diciendo que yo el primero.
Del mimetismo radiofónico se desprende el último hallazgo de la COPE: Actualizamos la información, irrumpen algunas lenguas que escupen en vez de hablar. Es una redundancia supina porque toda información de un boletín horario debe ser de palpitante actualidad, dicho sea en plan cursi. Ello me retrotrae a aquella pregunta que en mis comienzos periodísticos hice a un director que me encargó un reportaje: ¿para cuándo lo quiere
? Para ayer, aseveró con voz grave, cavernícola.
.