A Luisa Cuesta Gutiérrez
Déjenme que en el Día de las Bibliotecas aproveche estas líneas para hacer un reconocimiento a una de las más grandes mujeres por su brillantez intelectual, rectitud moral y compromiso feminista.
Nuestra Guadalajara tiene un corazón que late desde hace mucho tiempo en la sede de la biblioteca. La historia oficial suele detenerse en sucesos políticos, épicos, bélicos, etc. en los que los hombres acostumbran a ser sus principales protagonistas, pero junto a estos relatos, indiscutiblemente trascendentes, también se desarrollaron otros episodios que han contribuido a trazar la idiosincrasia pasada y presente de nuestra ciudad.
Así pues, la ciudad de hoy no se entendería sin su Palacio del Infantado o sin su Maratón de Cuentos, tras los cuales observamos la determinación de varias de las mujeres que estuvieron al frente de la biblioteca. Siguiendo la estela de la maravillosa Lubna de Córdoba, conservadora de la Gran Biblioteca de la histórica capital andalusí, en Guadalajara hemos tenido la fortuna de contar con Blanca Calvo, Juana Quílez y Luisa Cuesta, defensoras del patrimonio material e inmaterial que más cariño y respeto concita entre la ciudadanía.
Pero déjenme que en la víspera del Día de las Bibliotecas, además de rendir homenaje a las personas que en ellas trabajan haciendo que los libros, esas cápsulas de los sueños, sean accesibles a todo el mundo, aproveche estas líneas para hacer un reconocimiento a una de las más grandes mujeres por su brillantez intelectual, rectitud moral y compromiso feminista. Ya la he nombrado, es mi muy querida Luisa Cuesta Gutiérrez.
Se me hace complicado resumir la trayectoria de esta pionera, pues todo en ella me admira. Les confieso que cuando averigüé que vivió en el número uno de la calle de Francisco Cuesta, a tan solo unos pasos de mi casa, me estremecí pensando en una vecindad separada nada menos que por ochenta y cuatro años, pero próxima por el ejemplo que nos ha legado.
Alumna sobresaliente en una época en la que pocas mujeres estudiaban y menos en la universidad, fue maestra, profesora universitaria, investigadora incansable y sobre todo, bibliotecaria y archivera, siendo una de las primeras mujeres en aprobar las oposiciones al Cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos.
En 1936 decidió trasladarse a vivir a Guadalajara junto a su hermano -Saulo Cuesta Gutiérrez, que era funcionario del Gobierno Civil-, tras el desasosiego generado por las detenciones masivas de personal funcionario de la Biblioteca Nacional sospechoso de pertenecer a la quinta columna. Sin embargo, al arribar a la estación arriacense se cumplieron sus peores presagios, pues fue detenida y llevada a la cárcel madrileña de Toreno, donde permaneció varios días a pesar de su probada adhesión a la República y su militancia izquierdista. Sin duda, su postura manifiestamente contraria a las represalias hacia distintas compañeras y compañeros de derechas, algunos de ellos sacerdotes, levantó la suspicacia de sus acusadores, que la definieron torticeramente de la siguiente manera: «de ideología liberal, pero por razones patológicas es incongruente y derrotista».
Tras la victoria de los golpistas liderados por Franco en 1939, sufrió depuración. En el proceso, fueron muchas las personas que testificaron a su favor, resaltando su extraordinaria competencia profesional y su intachable sentido del compañerismo. Sin embargo, también hubo quienes aprovecharon para arremeter contra ella llevados por el fanatismo político, incluso alguno a quien Luisa Cuesta salvó la vida.
El artículo realizado por Pilar Egoscozábal Carrasco y María Luisa Mediavilla Herreros, de la Biblioteca Nacional y la Biblioteca de Mujeres respectivamente, es uno de los más completos e interesantes sobre la vida de nuestra bibliotecaria, por lo que lo menos que se puede hacer es darles las gracias y reconocer su gran trabajo. En el mismo se señala que a su llegada a la ciudad participó con viveza en la defensa del patrimonio artístico de la provincia, incautándose de bienes procedentes de los pueblos y depositándolos en la Diputación, a pesar de la dispersión de los mismos y la falta de medios.
Ya en 1937, después del cierre de los archivos, bibliotecas y museos de Madrid, recibió como destino oficial nuestra capital, donde encontró una biblioteca cerrada al público, sin luz eléctrica y totalmente desorganizada. Ante esta situación, ordenó y catalogó su fondo y, además, «puso en marcha un servicio de préstamo que tuvo un enorme éxito y que se amplió a hospitales y prisiones».
Me extendería decenas de líneas más hablando sobre su inmensa labor, pero me temo que no hay espacio para ello. Concluyo este artículo con las palabras que lo titulan, A Luisa Cuesta Gutiérrez, porque su inteligencia, integridad y tolerancia debieran ser modelo en estos tiempos de insoportable crispación política.